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Sonia Gutiérrez ha terminado de recoger de la que fue su oficina sus fotografías, reconocimientos. Ha vivido por y para los miles de estudiantes que han pasado por las aulas de este modelo educativo para adultos llamado Carlos Rosario. Ahora quiere vivir de la memoria y ¡Qué memoria!
A sus 80 años recuerda como si fuera ayer que llegó jovencísima desde Puerto Rico, siguiendo a su marido y un solo oficio a la vista: entregarse a la crianza de sus dos hijos, Jimmy y Bobby. Cuando se le cruzó en su camino su paisano Carlos Rosario cambió los planes. Aún se respiraba una atmósfera post derechos civiles y los latinos de Washington DC querían que también se los deje pertenecer.
El “viejo”, así es como Gutiérrez llamaba a Rosario, un día le dijo: “mija vente al centro, a ver si me ayudas como consejera”. En 1972 recién llegada de la isla no tenía idea que podía hacer de asesora con un título en contabilidad de la universidad de Puerto Rico. Decidió echarle suerte y el resto es historia.
Gutiérrez se quedó 47 años hasta crear el mejor modelo de educación para adultos de DC. Para lograrlo hizo falta algo más duro que la fe y ese algo es el cariño por esos 75.000 estudiantes que han pasado por esas aulas. Al principio 100 alumnos en un sótano oscuro en Chinatown, hoy 2.500 estudian desde inglés hasta enfermería y artes culinarias en dos instalaciones propias.
A quien ha practicado a pie juntillas eso de que “cada uno de nosotros está destinado a salvar el mundo”, como lo predicó Confucio hace más de 2000 años, es que El Tiempo Latino quiere agradecerle en el marco de The Powermeter 2019 con el “Premio Leyenda”, un reconocimiento a su imborrable legado. “Estoy muy honrada y encantadísima por este gran honor”, fueron sus primeras palabras cuando se enteró de este homenaje. “No todo el mundo tiene la suerte de que le den galardones por hacer lo que más le gusta”, agregó.
Para Aracely Watts, subdirectora de la escuela Carlos Rosario, “Gutiérrez se lo tiene más que merecido, porque miles de inmigrantes han podido cambiar sus vidas gracias al trabajo de esta gran mujer. Es una gran líder que logró que su trabajo traspasara fronteras”.
En este largo viaje se quedaron a medio camino sus dos maridos. La pusieron a elegir, Gutiérrez escogió seguir al frente de la Escuela Carlos Rosario, seguir elaborando propuestas para enviarlas a cualquiera que pudiera ofrecer algún aporte, seguir enfrentándose a superintendentes que amenazaban cortar de tajo el apoyo y seguir en primera fila y en plan de ataque cada vez que entraba a debate el presupuesto de educación.
La tenacidad de Gutiérrez nunca acepta como respuesta un no. El modelo al que ella sugirió llamarlo Carlos Rosario, en homenaje al hombre que fue la fuerza de gravedad que promovió la defensa de los latinos en DC, ha sobrevivido a míseros fondos, ausencia de instalaciones y eliminación de presupuesto. Ahora se puede ir tranquila: sus estudiantes tienen casa propia y estudian en un modelo de educación que tiene renombre nacional.
“¿Tú eres nueva, no? ¿Cómo te llamas?”, “Hola mijo, ¿cómo estás y cómo va tu país en Honduras?”, “¡Eso!, que me llames mi amor me encanta”, es solo el casual cruce de palabras con estudiantes y empleados que se encuentra de camino a un café caliente que hay en el comedor de las instalaciones. Más de media vida lejos de la isla, pero esa calidez boricua y sensación de que en ese centro de educación se vive en familia hizo que ni en los momentos más adversos tirara la toalla.
Al final del viaje que nadie le quite lo “bailao”, que para Gutiérrez se materializa en cientos de estudiantes graduados. “Verlos con sus uniformes blancos de chefs o de enfermeras y saber que todos salen con empleo y otros tienen becas para seguir estudiando en las universidades han sido mis días más felices. Los he visto volver 30 años después sé entonces que son un Carlos Rosario hasta la muerte”.
Como con un “¡Ay Virgen del Carmen!” no iba a ser suficiente para manjar esta escuela estudió una maestría en educación de adultos en Columbia District University. Gutiérrez y un reducido equipo se fajaron día tras día hasta que le llegó el rumor de que pensaban cerrarle la escuela. “Me fui donde el superintendente y por poco me agarro a puñetes”. Aquel día le cantó claro: “si no me das el dinero, no quiero estar en la horma de tus zapatos”. Esa es la reputación de esta mujer que se va por la puerta grande y con la misión cumplida.
Le faltaría tinta y papel para agradecerles a todos los que han puesto un granito de arena en este proyecto. Entre ellos María Tukeba, Emilia Rivera, el concejal Jim Graham o Allison Kokkoros tienen una placa de gratitud en el corazón de Gutiérrez.
Este adiós no es su último canto del cisne de Gutiérrez. Tiene planes de escribir un libro, asesorar en la creación de un sistema parecido al que levantó en DC en Puerto Rico y quizá algo similar en Arizona. Lo que no quiere más es que la humille la prisa. “Ya estoy vieja, en los últimos 10 años me han hecho muchas cirugías y como no disfruté de mis hijos, quiero hacerlo de mis nietos. Mi vida ya la dejé en esta escuela y te diré mija, que lo hice con gusto”.