
La conmovedora respuesta humanitaria frente a la crisis de refugiados en Ucrania nos regala un destello de luz en estos tiempos oscuros. En mi columna anterior, usé el ejemplo del chef José Andrés y su World Central Kitchen, pero como ellos, miles de organizaciones y voluntarios se han movilizado para ayudar a los desplazados por la guerra. Pero esta generosidad global es también una oportunidad para reflexionar sobre el trato que experimentan los refugiados en todo el mundo, no solo en zonas de conflicto.
Empezando por la distancia que existe entre la Unión Europea al recibir a los ucranianos y la hostilidad mostrada hacia los refugiados sirios y afganos durante los conflictos que desplazaron a millones de civiles desde esos países hacia Europa.

El contraste también es evidente en Estados Unidos, en donde la llegada de migrantes centroamericanos a la frontera sur, en muchos casos menores no acompañados y mujeres con hijos en edad vulnerable que escapan de contextos de violencia, es tratada como una amenaza a la seguridad y el orden, y no como una crisis humanitaria.
Entiendo que es delicado comparar lo que sucede en Ucrania con la situación que se vive en el triángulo norte, pero la condición del refugiado es universal y la reacción humanitaria en todos los casos debería reflejarlo.
Tal vez la única coincidencia en ambos casos sea la burocracia a la que deben enfrentarse los solicitantes de asilo y refugio, sin importar de dónde vengan.
El proceso en Estados Unidos incluye entrevistas, controles de seguridad, controles médicos y tarda años en completarse. Los refugiados deben demostrar que tienen un temor fundado de persecución debido a su raza, nacionalidad, religión, ideología o pertenencia a un grupo social. Algo que no siempre resulta fácil.
Cuando Maryna Seifi escuchó que las fuerzas rusas se dirigían a la ciudad ucraniana de Odesa, su primera reacción fue llamar por teléfono a su hermana Victoria de 19 años y a su sobrino Ilya de 16 para pedirles que empacaran lo esencial y tomaran el siguiente tren a Polonia. No había tiempo que perder.
Inmediatamente después de colgar, Seifi quien vive en San Francisco con su esposo y sus dos hijos pequeños, reservó un boleto de avión para encontrarse con sus familiares en la frontera lo antes posible y traerlos a los Estados Unidos para vivir con ella lejos de la guerra.
“Les dije que me esperaran en la estación del tren y que no se movieran de ahí hasta que yo llegara”.
La semana pasada Maryna, Ilya y Victoria finalmente se encontraron en la estación fronteriza de Przemysl que conecta Varsovia con la ciudad ucraniana de Leópolis, y que se ha convertido en una de las principales rutas de escape para millones de refugiados.
La invasión rusa de Ucrania ha desencadenado el mayor desplazamiento forzado de personas en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, con más de 2.8 millones de refugiados en lo que va del conflicto.
Las imágenes de este éxodo conformado en su mayoría por mujeres y niños han desencadenado la solidaridad de gobiernos, organizaciones civiles y de individuos en todo el mundo con una avalancha de esfuerzos humanitarios que intenta arropar a quienes abandonaron todo para sobrevivir.
En Europa, gobiernos liberales y conservadores, han recibido a los ucranianos con generosidad, relajando en algunos casos las políticas migratorias más restrictivas en el continente. Y aunque el presidente Biden prometió que Estados Unidos también debería darles la bienvenida "con los brazos abiertos", es muy poco probable que este país reciba a un gran número de refugiados ucranianos en el futuro cercano. Hasta el momento, el Departamento de Estado no ha anunciado ninguna excepción para quienes huyen de la guerra, incluso si sus familiares más cercanos son estadounidenses.
Maryna Seifi quien viajó desde California hasta la frontera entre Ucrania y Polonia para rescatar a sus familiares, expresó su frustración a la cadena CBS News al enterarse de que no podría viajar de regreso a Estados Unidos con sus seres queridos.
“Cuando llegamos a la embajada en Polonia, no nos ayudaron. No mostraron la menor simpatía con nuestra situación. De nada sirvió que les dijera que soy ciudadana estadounidense y que esta es mi familia directa”, explicó entre lágrimas la mujer de 34 años.
El Departamento de Estado dice que los ucranianos solo están siendo considerados para el reasentamiento en los Estados Unidos si los países a los que huyeron no pueden garantizar su seguridad. La administración Biden ha autorizado hasta ahora $107 millones en ayuda humanitaria para refugiados y civiles ucranianos. Según la Casa Blanca, los fondos están destinados a proporcionar alimentos, servicios médicos, mantas térmicas y otras ayudas a las personas desplazadas por el conflicto en Ucrania.
Un proyecto de ley aprobado por el Congreso la semana pasada asignaría casi 7 mil millones de dólares en fondos de asistencia humanitaria para refugiados ucranianos.
David Miliband, el líder de una de las organizaciones de asistencia humanitaria más grandes del mundo, ha pedido a los gobiernos occidentales que cumplan con sus responsabilidades morales en medio del éxodo masivo de refugiados de Ucrania. Miliband quien fue secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido, advirtió que la invasión rusa causaría “mucho, mucho más sufrimiento” en los próximos meses.
Hasta la semana pasada, la mayoría de los refugiados ucranianos han huido a países vecinos, 1.5 millones a Polonia, 225 mil a Hungría y 176 mil a Eslovaquia. Decenas de miles también han cruzado a Rusia, Rumania y Moldavia. Otros 282 mil se han ido a otros países europeos, incluida Alemania.
El Comité Internacional de Rescate que dirige está operando en Polonia, donde se concentra la crisis de refugiados. La lección fundamental de esta crisis dijo Miliband, es que todos podemos ser refugiados.
“Son profesionistas, trabajadores de organizaciones benéficas, maestros, empresarios, amas de casa, preparadores físicos, contadores, jubilados: personas que hace una semana llevaban una vida perfectamente normal y que ahora están huyendo”.
Desde el año fiscal 2001, Estados Unidos ha recibido a más de 50 mil refugiados de Ucrania, que ha sido la mayor fuente europea de refugiados durante las últimas dos décadas. Tan solo el mes pasado, 427 ucranianos ingresaron al país como refugiados, un aumento del 390% respecto al mes de enero, según CBS News.
El 3 de marzo, el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, anunció que más de 75 mil ucranianos que ya se encuentran en los Estados Unidos serían elegibles para obtener un beneficio conocido como TPS o Estatus de Protección Temporal, un programa que permite a los beneficiarios vivir y trabajar en el país legalmente mientras sus países de origen enfrentan conflictos armados, desastres naturales y otros tipos de crisis.
Pero la asistencia que Maryna Seifi y su familia necesitan no forma parte de este paquete de ayuda, ni del alivio migratorio anunciado por Mayorkas.
"Cuando los líderes del país te dicen: 'Estamos contigo. Te apoyamos', esto no es apoyo real", dijo Seifi. "El apoyo real es cuando me ayudas a traer a mi familia. No tienen a dónde ir. Tienen que venir conmigo".
Las palabras y la lucha de Seifi se repite todos los días en la zona de guerra, pero también en la frontera sur de los Estados Unidos, a donde miles de menores llegan cada año con la esperanza de reunirse con sus familias del otro lado de la línea. Más que una aspiración individual “tienen que venir conmigo” es el credo de los refugiados en todo el mundo.