Cuando Nicolás Cardozo comenzó a escuchar rumores sobre la posibilidad de un ataque ruso a Ucrania a principios de febrero 2022, gestionó de inmediato la salida de su hermana menor. Vivían juntos desde hace un año en la ciudad ucraniana de Zaporiyia, donde Nicolás estudiaba medicina lejos de su país natal: Colombia. ¿Por qué mando a su hermana a Bogotá? “Un presentimiento”, dice Nicolás. Luego, tocaría su huida. Una huida que se extendió por 9 días.
“Niguno está preparado para asumir esto”, dice sobre el momento en el que finalmente se concretó lo que temía desde hacía varios días.
— Desde que estalló la guerra, yo sabía que pasara lo que pasara, yo tenía que salir de ahí.
Esa convicción fue su guía. De la ciudad de Zaporiyia, una localidad al sureste de Ucrania conocida por sus múltiples centrales eléctricas, emprendió el camino hacia la capital del país, Kiev, donde se resguardó en búnkers subterráneos y recibió armas de quienes intentaban reclutar a los hombres que estaban en las calles. Nicolás, junto con sus compañeros, esperaba en una estación un tren que los llevara a Lviv, al oeste de Ucrania y a tan solo 90 kilómetros de la frontera polaca, una de las puertas de salida del conflicto.
Primera parada: Kiev
“Estábamos en la terminal de Kiev, donde estaba aglomerada la mayor cantidad de gente y hubo un momento en el que empiezan a sonar las alarmas, llegan los militares, todos vienen armados. Traen varias armas y nos cogen a todos los hombres que tuviéramos alguna altura mínima y nos empiezan a dar armas (…) simplemente cogí el arma, y cuando se calmó la situacion la solté. Me fui porque yo no tenía nada que ver ahí (…) la gente estaba tan alterada que no sabía cómo iban a reaccionar si yo les decía que no”.
Aunque Lviv era considerada una zona segura del país antes del 24 de febrero, cuando comenzó el ataque ruso, el trayecto para llegar a ella se sentía como una carrera de vida o muerte en la que tampoco había ninguna garantía de tranquilidad o de seguridad. Nicolás y sus compañeros tuvieron que tomar autos, trenes y autobuses para poder salir de Kiev y en el camino siempre existía el miedo de que algo pasara: “Nos decían que podían atacar las carreteras, los trenes”.

Segunda parada: Lviv
Aunque Lviv no había sido atacada aún y de hecho servía de refugio para los ucranianos que habían decidido permanecer en el país, ahí tampoco había calma: era la estación final antes de lograr salir definitivamente del territorio en guerra. Desde Lviv, la sexta ciudad más grande Ucrania, era posible tomar un autobús directo hacia el paso fronterizo de Medyka, en Polonia, o un tren a la estación de Prezemysl, pero lograr subirse a alguno de esos trenes o autobuses resultaba ser toda una hazaña, que implicaba, por ejemplo, pasar más de 24 horas de pie, recibir empujones, insultos e incluso que te apuntaran con armas largas para identificarte.
“La gente estaba como loca intentando salir, te empujaban, te escupían, te gritaban, otros te apuntaban con armas, a mí me apuntaron tres veces con un arma por decir que éramos extranjeros y que no teníamos nada que ver ahí”.
En Lviv, en lo que parecía ser ya la estación final, Nicolás se consiguió con un grupo de estudiantes ecuatorianos, algunos habían llegado desde Kiev, otros de Odesa o de Járkov y buscaban la forma de salir. “Todos estaban por su lado, nadie se organizaba (…) Habían puesto a una persona encargada y ese man simplemente cogió y puso a su novia en un tren y se olvidó de todos”.
Nicolás se organizó con su grupo, así como con los demás estudiantes ecuatorianos, y lograron subir primero a las niñas y menores de edad a los trenes. “Entre más tiempo pasaba más intenso se ponía todo, había más preocupación e histeria”, recuerda. Pudieron subir a los trenes las mujeres y niños, pero los hombres se quedaron. No los dejaban salir con facilidad porque todos podían ser potenciales soldados. “Empezamos a buscar formas y nos aparecieron las opciones de buses y taxis hasta la frontera”.
Tercera parada: Medyka
Nicolás y sus compañeros, todos hombres, los últimos que quedaban de su grupo, tomaron un taxi hasta la frontera polaca y en ese trayecto el escenario comenzó a cambiar: “Fue cuando mejor me sentí, para llegar a la frontera había que esperar una fila de más 20 kilómetros de carros o más y en todo ese trayecto había gente que te ofrecía comida, bebida, resguardo, refugio, te trataban bien, trataban de darte ánimo”.
En ese punto la sensación era de ya casi haber completado la misión de huida, pero llegó el momento de los controles fronterizos y los retuvieron unas cinco horas, según recuerda Nicolás. “Te retienen y no te dan explicaciones, solo te dicen que no pueden pasar y punto (...) solo dejaban pasar a los ucranianos primero (…) todo esto en la nieve, nevó todo el día y no les importaba si teníamos que estar afuera en la nieve”. El no entender la situación hizo que algunos consideraran incluso regresar a Lviv, devolverse, pero para Nicolás el objetivo seguía siendo el mismo: “Yo ya con todo lo que había vivido y había pasado, dije ´aquí seguimos hasta el final, hay que pelear, gritar, hacer lo que sea, pero de aquí no nos mueve nadie´”.
Cuando finalmente los dejaron avanzar, en un siguiente puesto de control tuvieron que decir que todos eran familia o que tenían algún tipo de vínculo para que los dejaran pasar: “Tuve que decir que una de mis compañeras era mi hermana para que me dejaran salir porque si no me iban a retener porque para ellos yo era una persona que podía servir en el ejército”.
Cuarta parada: Varsovia
La capital de Polonia, Varsovia, a simple vista luce como si nada estuviera pasando en la frontera, a unos pocos kilómetros, pero si prestas atención a alguna concentración en una plaza, a la conversación de dos amigos en un café, o al lobby de casi cualquier hotel, es fácil identificar que Ucrania —y los ucranianos— ya son parte del día a día de los polacos. Es en una de esas escenas donde aparece Nicolás, quien tras nueve días ya está en el que considera un lugar seguro. “Llegas a Cracovia y dices que eres refugiado ucraniano y te ayudan, llegas a Varsovia y te ayudan (…) No sé qué le habrá dicho el gobierno polaco a su gente, pero todos te ayudan”.
El viaje sigue hacia adelante para regresar a su país de origen, y también hacia atrás en forma de recuerdos o pesadillas. “Todo el tiempo te acuerdas de las cosas, de los gritos de los niños, de las mujeres, de los disparos, las explosiones, todo eso se te viene a la mente, pero yo sabía que tenía que salir de ahí. Desde mi punto de vista, era muy pendejo de mi parte dejarme morir en una guerra que ni siquiera era mía, ¿me entiendes?”.
*Amanda Sánchez es periodista venezolana con base en España, corresponsal de Caracol Radio.