
Cuando la selección francesa se coronó campeona del Mundial de fútbol en 2018, 16 de los 23 jugadores en esa selección venían de familias migrantes. Pero el triunfo de uno de los equipos más diversos y multiétnicos en la historia de cualquier deporte coincidió con un año de protestas violentas en las calles de París en las que un amplio sector de la población se manifestó contra la ola migratoria de 2015 que trajo a cientos de miles de refugiados sirios a las costas de Europa.
En la cancha, como ocurrió también en 1998, los jugadores vestían los colores de Francia y eran apoyados por sus seguidores sin importar que en su ADN estaban representados países como Marruecos, Argelia, Zaire, Armenia, Polonia, Camerún, España, Portugal y hasta Argentina. Pero una vez que empezaba a rodar el balón, los seleccionados y el país entero perseguían un objetivo común: Ganar la copa para Francia.

Y no solo fue la selección francesa, el resto de los semifinalistas en ese Mundial, Inglaterra, Croacia y Bélgica, también contaban con alineaciones diversas en las que destacaba la presencia de jugadores nacidos en otro país o de padres migrantes. Lo mismo ocurre en Alemania, la súper potencia del futbol europeo.
La realidad es que los programas de fútbol europeos se han beneficiado durante años de la diversidad de sus poblaciones. Su presencia en los barrios populares, principalmente habitados por inmigrantes, ha proporcionado acceso a entrenadores e instalaciones para jóvenes prospectos. Esta diversidad ha sido una estrategia ganadora para las selecciones europeas y para algunos de los clubes más populares del mundo. Un reporte de la Prensa Asociada publicado en 2013 analizó los partidos de la Liga de Campeones de Europa durante 10 años y descubrió que los equipos más ganadores eran también los más diversos.
Y si bien la afición al fútbol se ha utilizado a veces como un punto de reunión para una variedad xenófoba y, a veces, racista del nacionalismo tóxico, eso parece cada vez más fuera de sintonía con la realidad contemporánea.
Para las personas que ven la inmigración como una amenaza, esta historia de la Copa del Mundo de 2018 no cambia mucho, pero al menos nos permite hacer un balance de la realidad del mundo en la actualidad y entender la otra cara de la movilidad, de los desplazamientos forzados y de las múltiples identidades que resultan de nuestra inclinación biológica a migrar. Nos movemos para sobrevivir y eso nos ha permitido evolucionar y ser mejores como especie. También nos ha permitido construir mejores equipos.
Algo similar está pasando aquí en los Estados Unidos con la selección nacional varonil. El US Men´s Soccer ha registrado un incremento en el número de jugadores nacidos fuera de Estados Unidos en todas sus categorías en un momento en el que el nativismo y su retórica antiinmigrante florecen entre la base del partido republicano.
Cuando la selección estadounidense saltó a la cancha esta semana para enfrentarse a Costa Rica, lo hizo con la mayor cantidad de jugadores de doble nacionalidad, más migrantes de primera generación y más jugadores afroamericanos y latinos de su historia. Una alineación que le ha permitido amarrar su participación en la Copa del Mundo en Qatar que se celebra este verano.
Para el periodista y narrador de futbol en Fox Deportes, Rodolfo Landeros la clave del éxito ha sido construir una infraestructura de inclusión y oportunidad que permita aprovechar la transformación demográfica por la que atraviesa Estados Unidos.
“Por eso le llaman el equipo de todos. Han hecho un gran trabajo para encontrar y desarrollar este talento. La diversidad existe, pero hay que ver el trabajo que hay detrás. La mayoría de estos jugadores vienen de academias en Estados Unidos y el país cada vez exporta más talento a las mejores ligas del mundo”.
Cuando hablamos de la transformación demográfica que ha tenido Estados Unidos frecuentemente nos remitimos al poder del voto latino o a la importancia económica de la comunidad, pero la cultura y el deporte también sirven para medir el tamaño y la velocidad de esta transformación. No es coincidencia que hoy se juegue más y mejor fútbol o “soccer” en Estados Unidos, y que cada vez más fanáticos celebren las aportaciones de jugadores hispanos a la liga profesional y al equipo nacional.
Ricardo Pepi, Luca de la Torre, Paul Arriola y Andrés Perea son solo algunos de los nombres más populares en la selección nacional, pero existen docenas de jugadores en las categorías de ascenso que no solo reflejan el nuevo rostro del fútbol estadounidense, sino el nuevo rostro de la población de la nación.
En Latinoamérica nunca nos ha gustado mucho el término “americano” para describir a la población estadounidense, pero su selección de fútbol es cada vez más un equipo americano que refleja el mosaico de realidades que es nuestro continente.