Conservadores de corriente moderada pagan el precio por seguirle el juego al ala extrema del GOP.
El terror que han sentido los políticos Republicanos conservadores de la corriente principal ante la amenaza de ser llamados insuficientemente conservadores -de ser etiquetados como Republicanos sólo de nombre (RINOs por sus siglas en inglés)- les ha hecho difícil gobernar desde la década de 1990. Pero siempre que fueron el partido minoritario en Washington, podían suponer acertadamente que aplacar al ala derecha del partido tenía un costo electoral bajo.
Este año, esa presunción puede dejar de ser válida. Con un presidente en funciones cuyo índice de aprobación apenas supera el 40 por ciento y un gran descontento con la economía, los Demócratas deberían sufrir grandes pérdidas. En cambio, hay indicios de que los Republicanos podrían obtener sólo algunos votos más en las elecciones de mitad de mandato de noviembre. El GOP podría incluso perder escaños en el Senado y entre los gobernadores. Y todo ello se debe al miedo de los Republicanos a ser tachados como RINOs.
Desde la campaña presidencial de 2016 hasta la votación de la segunda imputación al presidente Trump en el Senado, los Republicanos han tenido muchas oportunidades para deshacerse de Trump. Sin embargo, una y otra vez, optaron en cambio por quedarse con él, con el partido y con los medios de comunicación alineados con el partido, y otorgarle a Trump, a quien aparentemente le importan poco las políticas públicas o el movimiento conservador, la capacidad de decidir lo que es aceptable como ortodoxia.
Teniendo en cuenta los problemas legales en los que se ha metido el expresidente, ser un "verdadero conservador" incluye ahora el requisito de defender el intento de Trump de derrocar las elecciones de 2020, así como su derecho a disponer de material clasificado, incluida información ultrasensible sobre inteligencia humana, y almacenarlo a discreción en un lugar nada seguro.
Los Republicanos saben que las semanas que preceden a las elecciones de mitad de mandato no son un buen momento para buscar pelea con el líder del partido, especialmente con uno que creen que no dudará en ir contra cualquiera que se le oponga. Eso significa que la próxima oportunidad de alejarse de Trump es probablemente después de las elecciones intermedias de noviembre. Hasta entonces, los Republicanos probablemente sigan a rajatabla cualquier cosa que él haga que altere los intentos del partido de hacer campañas coherentes y centrar a los votantes en las debilidades del presidente Joe Biden.
Nominar candidatos extremistas que obtienen malos resultados en las elecciones generales ha sido en ocasiones costoso para los Republicanos. Y en ese campo el partido está empeorando mucho. Hasta cierto punto, es una consecuencia de tener a Trump cerca, pero el apoyo del expresidente no tiene tanto peso.
En cambio, el problema ha sido que el partido sencillamente no sabe cómo protegerse de excéntricos y estafadores. Los Republicanos carecen de un contraargumento eficaz contra cualquiera que diga ser un verdadero conservador y critique a todos los demás por ser RINOs. Por eso, los candidatos sin experiencia y con puntos de vista impopulares, como el candidato al Senado de Arizona Blake Masters, o el candidato a gobernador de Pensilvania Doug Mastriano, a menudo son nominados -o terminan arrastrando al eventual candidato tan lejos de la corriente principal que éste corre el riesgo de perder.
Los Demócratas no siempre nominan a moderados, e incluso los partidos sanos a veces optan por adoptar posiciones impopulares a pesar de los posibles costos electorales. Pero los Republicanos actúan con demasiada frecuencia como si la única cuestión relevante fuera qué candidato es el más puro conservador. La experiencia pertinente y el atractivo para los independientes se ignora o se considera un defecto.
No está claro cuánto costará a los Republicanos la decisión del Tribunal Supremo de acabar con el derecho constitucional al aborto este otoño. Pero parece que no ayuda. El propio tribunal se ha vuelto impopular. Los votantes parecen estar cada vez más apegados al derecho al aborto ahora que ese derecho ha sido amenazado o eliminado; mientras tanto, las legislaturas Republicanas aprueban todo tipo de proyectos de ley intransigentes.
Podríamos atribuir parte de esto a una voluntad normal de impulsar nuevas políticas incluso a costa de futuras derrotas electorales. Pero los movimientos de los Republicanos tras el fallo judicial, además de la propia decisión del tribunal, parecen temerarios. Los presidentes y senadores Republicanos no se han conformado con jueces sólidamente conservadores como el actual presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, o el exjuez Anthony Kennedy. Trump, en particular, utilizó las nominaciones judiciales para asegurarse el apoyo de los activistas de línea más dura dentro de la coalición Republicana, y los senadores Republicanos lo secundaron con entusiasmo solo para descubrir que al nombrar a extremistas en el tribunal es probable que se obtengan decisiones extremas que dañan a los políticos que los apoyaron.
Lo mismo ocurre con los legisladores estatales y los gobernadores que no están dispuestos a conformarse con parte de la torta cuando pueden quedarse con todo. El aborto es una de las varias áreas políticas, junto con las armas y el clima, en las que los jueces Republicanos están adoptando posturas extremas que son muy populares entre los votantes Republicanos más leales, pero que tienen poco respaldo más allá de ellos.
Todavía es posible que la baja popularidad de Biden eclipse todo lo demás una vez que la mayoría de los votantes empiece a enfocarse en serio. Pero también es posible que, quizá por primera vez en la historia moderna de Estados Unidos, el partido que no está en el poder consiga tirar por la borda unas elecciones que deberían ganar.
Bloomberg - Jonathan Bernstein
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