La mayor esperanza del líder ruso para ganar la guerra en Ucrania está puesta en la política estadounidense.
Opinión de Edward Luce.
El momento más extraño de este año fue cuando Vladimir Putin atacó a la Iglesia de Inglaterra. El pecado de ésta fue considerar la idea de un Dios con género neutro. En medio de lo que considera una guerra existencial, Putin tiene tiempo para preocuparse por los matrimonios homosexuales en Estados Unidos, la cancelación de Shakespeare y JK Rowling a ambos lados del Atlántico y la cirugía de reasignación de género.
Incluso podría pensarse que Putin estaba haciendo una audición para sustituir a Tucker Carlson, el principal presentador de Fox News. Por otra parte, la retórica de Carlson es a menudo idéntica a la del presidente ruso. Carlson ha descrito a Volodymyr Zelenskyy como un "déspota", el "chulo ucraniano" de Joe Biden y un "hombre fuerte corrupto". Díganos lo que realmente piensa, Sr. Carlson.
Internet arroja extrañas afinidades como la que existe entre Putin y Carlson. Pero ésta es menos rara de lo que parece. El votante republicano se inclina cada vez más hacia una posición antibelicista. Menos del 40 por ciento cree que Estados Unidos debería seguir suministrando armas a Ucrania. Los dos principales aspirantes presidenciales del partido, Donald Trump y Ron DeSantis, son escépticos sobre la guerra de Ucrania.
Trump asegura que acabaría con la guerra en las primeras 24 horas de su presidencia. DeSantis afirmó esta semana que enredarse más "en una disputa territorial entre Rusia y Ucrania" no redundaba en el interés nacional de Estados Unidos. Lo reveló en una declaración leída en el programa de Carlson. DeSantis afirmó que Estados Unidos debería centrarse en asegurar su propia frontera. Trump y DeSantis suman entre los dos al menos tres cuartas partes del apoyo republicano. Es muy probable que uno de ellos sea el candidato en 2024.
¿Cuenta con eso Putin? Incluso plantear esta pregunta sería una provocación. Si quieres que los estadounidenses de cualquier tendencia pierdan la calma, solo tienes que susurrar "Rusia 2016".
Los liberales creen, con escasas pruebas, que Putin le consiguió la presidencia a Trump. Los republicanos creen, en contra de las pruebas judiciales, que la injerencia de Putin en las elecciones de 2016 es un mito. La verdad, a la cual casi no merece dedicarle tiempo, es que Putin sí interfirió en las elecciones de 2016, pero casi seguro que no fue decisivo. Pero se alegró de avivar el fuego preexistente en Estados Unidos.
No cabe duda de que la mejor esperanza de Putin para ganar su guerra en Ucrania es que se derrumbe la determinación de la OTAN y se agote el suministro de dinero y armas de Estados Unidos. Que Trump o DeSantis ganen la presidencia sería la oportunidad más viable de Rusia para resquebrajar la alianza de Occidente.
Aquí es donde la formación de Putin como agente de la KGB, capaz de manipular las percepciones, es relevante. El peligro no es que haga que el electorado estadounidense cambie su voto. Estados Unidos genera más que suficiente desinformación.
El riesgo es que el líder del Kremlin consolide aún más la opinión de la derecha MAGA de que Rusia es el campeón mundial de su en contra del llamado movimiento woke. Las banderas rusas y las camisetas que proclaman "Prefiero ser ruso que demócrata" son habituales hoy en día.
Hay grandes diferencias entre DeSantis y Trump. Lo que tienen en común sus lanzamientos es el predominio de la cultura. Hablan poco del tamaño del Estado, de la seguridad del empleo o de la repatriación de las cadenas de suministro mundiales. Arremeten mucho contra la cultura woke, el capitalismo ESG y el apoyo de Biden a Ucrania.
Donald Trump Jr se burla del presidente de Ucrania, tildándole de "una reina inconforme del paternalismo internacional". Si sus plataformas fueran menos culturales, Putin encontraría sin duda tiempo para burlarse de la política fiscal de Biden. En cambio, el líder ruso sigue rascándose esa comezón cultural.
Las cosas podrían llegar a un punto crítico antes de las próximas elecciones presidenciales. Este otoño se agotarán los $45.000 millones de financiamiento para Ucrania que el Congreso aprobó en diciembre. Kevin McCarthy, presidente republicano de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ya ha advertido contra un "cheque en blanco" para Ucrania. Muchos de sus colegas quisieran cerrar totalmente el grifo.
Dado que McCarthy necesitó un récord de 15 rondas para ganar la presidencia, y tiene una mayoría de solo cuatro votos, está en deuda con aliados extremos, como Marjorie Taylor Greene, para mantener su puesto. Greene describe a Zelenskyy como un globalista corrupto que quiere poner a hombres y mujeres estadounidenses en peligro. Nadie sabe en qué cree McCarthy. Como bromeó un colega: "Si McCarthy está solo, ¿existe?" Es dudoso que el presidente de la Cámara estadounidense pueda sujetarse a una caña de pescar, y mucho menos seguir un lineamiento político.
En cualquier caso, es probable que Ucrania esté en las papeletas el año que viene. La política exterior no suele ser decisiva en las elecciones presidenciales estadounidenses. Ese puesto es casi siempre de la economía ‘estúpido’. Pero la cultura a menudo desempeña un papel. El punto clave de la simbiosis Carlson-Putin es que Ucrania se está convirtiendo en una división cultural para Estados Unidos. Al igual que llevar mascarillas te identificaba como liberal en la pandemia, la bandera ucraniana se ha convertido en un símbolo de la cultura woke.
Casi todos los republicanos restantes, desde el exvicepresidente Mike Pence hasta la exembajadora de la ONU Nikki Haley, son halcones de Rusia. De hecho, critican a Biden por no hacer lo suficiente por Ucrania. Después de la guerra en territorio ucraniano, la batalla que Putin seguirá más de cerca son las elecciones primarias republicanas. Si todo le va bien, depositará sus esperanzas en las elecciones generales.
Edward Lucees el editor nacional del Financial Times para EEUU y columnista sobre temas de política y economía. Anteriormente era el jefe de la oficina de Washington y también ha desempeñado otros trabajos para el Financial Times alrededor del mundo. Anteriormente era el principal redactor de discursos para el secretario del Tesoro, Lawrence H. Summers, durante la administración del Bill Clinton.
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