El apoyo de Xi Jinping a Moscú pone de manifiesto lo que significa para Pekín ser un rival sistémico.
Opinión de la Junta Directiva del Financial Times
La "asociación sin límites" de Pekín con Moscú durante la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania recalcó a muchos europeos lo que significa para China convertirse en un rival sistémico. Rusia ha violado la soberanía y la integridad territorial de Ucrania con una fuerza barbárica. En lugar de defender los principios fundamentales del orden mundial y los estatutos de la ONU, China parece querer subordinarlos a sus propias ambiciones. Como dijo Xi Jinping a Vladimir Putin en Moscú el mes pasado: "Ahora mismo se están produciendo cambios como no se veían hace 100 años. Y somos nosotros los que impulsamos estos cambios juntos".
Pekín ha ayudado a financiar la maquinaria bélica del Kremlin comprando grandes cantidades de petróleo y gas ruso a precios de saldo. Las agencias de inteligencia occidentales coinciden en que aún no ha suministrado armamento a Rusia en cantidades significativas. Pero no está claro si la moderación prevalecerá en el caso de que Ucrania se imponga en el campo de batalla. China ha presentado una serie de principios para darle forma a un final negociado de la guerra en Ucrania. Pero su pretensión de actuar como mediador de paz está vacía si no reconoce que Rusia ha violado esos mismos principios y mientras Xi se niegue a hablar con el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy.
La guerra de Rusia contra Ucrania dio lugar a un momento de transformación para la UE, ya que forzó cambios radicales en la política energética, económica y de seguridad. Ya sea que Pekín refuerce el esfuerzo bélico de Rusia o verdaderamente actúe como mediador, su actitud será un "factor determinante" en las relaciones UE-China durante los próximos años, como dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en un discurso franco y clarividente la semana pasada. Es un mensaje que debe transmitirse sin ambigüedades cuando von der Leyen y el presidente francés Emmanuel Macron visiten Pekín esta semana.
La actitud de la UE hacia China lleva varios años endureciéndose por sus prácticas comerciales desleales y restrictivas de la inversión, su diplomacia coercitiva hacia países que considera "poco amistosos" y sus abusos de los derechos humanos. En 2019, la Comisión dijo que la UE debía tratar a China como socio, competidor y rival sistémico. Fue un marco de relaciones inteligente en su momento, pero no fue adoptado por los países más poderosos de la UE, sobre todo Alemania, que siguió dando prioridad a sus lazos comerciales.
La UE debe redefinir los términos de su compromiso con China. En palabras de von der Leyen, China "ha pasado la página de la era de 'reforma y apertura' y se adentra en una nueva era de seguridad y control". Para la UE eso significa, en primer lugar, tratar a China como un rival sistémico y adoptar políticas para mitigar los riesgos que de ese país derivan. No significa abandonar la asociación en cuestiones como el cambio climático o la proliferación nuclear (o la política arriesgada rusa en materia nuclear). Tampoco significa la desvinculación económica, que no es ni realista ni deseable. Por otra parte, la ruptura de los lazos comerciales con Rusia ha demostrado que las empresas europeas no pueden ignorar su dependencia del vasto mercado chino para obtener ventas y generar ganancias.
Con un enfoque apuntado a reducir riesgos, la UE puede ser más proactiva y perspicaz. Debe identificar sus propias vulnerabilidades y de qué dependen las cadenas de suministro. Debe utilizar sus defensas comerciales y de otro tipo para impedir que China se aproveche de la apertura del mercado de la UE. Debería añadir otras nuevas, como el poder de revisar en toda la UE las inversiones realizadas en el extranjero en tecnologías sensibles y de doble uso. La pregunta es si los gobiernos de la UE están dispuestos a unirse detrás de una nueva estrategia para China.
El canciller alemán Olaf Scholz parece menos complaciente con China que su predecesora Angela Merkel, pero los intereses comerciales siguen prevaleciendo. La concepción que tiene Macron de Francia como "potencia que presta equilibrio" en los asuntos mundiales aporta una ambigüedad poco útil. Ahora más que nunca, la UE necesita una sola voz frente a China.
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