Las auroras boreales se dejaron ver cerca del ecuador terrestre el 23 de abril, transformándose en un espectáculo fotogénico en lugares remotos como Texas y Extremadura.
Lorenzo Cordero, astrónomo, captó una fotografía que la NASA eligió como la mejor del día. La Universidad de Alcalá de Henares, a través de Consuelo Cid Tortuero, investigadora principal y científica del Servo Nacional de Meteorología Espacial (SeNMEs), descubrió que un filamento solar provocó una de las tormentas magnéticas más potentes de los últimos años.
Según el físico Scott W. McIntosh, director del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica de EEUU (NCAR), el máximo del pico solar se ha adelantado un año. McIntosh se apoya en la información que ha recopilado su equipo durante 20 años. Han cotejado datos históricos de la intensidad solar desde 1750. Todo apunta a que el pico de intensidad llegará a finales de 2023 o principios de 2024. Sería un “evento terminator”, según el científico estadounidense.
Ese fenómeno ocurre cuando acaba abruptamente el habitual ciclo solar —que dura 11 años— y cambia la polaridad del astro. El nuevo ciclo comienza con más intensidad. Cuando termina un ciclo solar y se inicia el siguiente, el Sol puede experimentar enormes colisiones de campos magnéticos. Estos dan como resultado gigantescos tsunamis de plasma que pueden cargarse en la superficie del astro durante semanas.
¿Qué es una tormenta magnética?
El geofísico Joan Miquel Torta confirma que estamos en un ciclo solar más activo del esperado para la época. Así lo indican las estimaciones de la previsión del modelo solar anterior. Torta traza un símil con habitar “una zona sísmica”: “Puede haber más actividad, pero no todos los eventos son críticos”, tranquiliza Torta, del Observatorio del Ebro (CSIC). En 2012, por ejemplo, se observó una potente eyección solar, pero no llegó a la Tierra. Para Cid, estamos “camino de llegar” a un pico solar, aunque matiza: “La peor parte es la descendente del ciclo, que es cuando hay muchos filamentos en el Sol”.
Estos filamentos son protuberancias que pueden expulsar material solar al espacio. Suponen un peligro si están orientadas hacia nuestro planeta. Que haya un mayor número de manchas solares significa “más actividad y que la probabilidad de que salte algo es mayor”, afirma la científica del SeNMEs. Este centro ofrece informes diarios y alertas en caso de eventos extremos relacionados con la actividad solar.
¿Cómo nos afectan las fulguraciones solares?
El ciudadano no tiene por qué preocuparse de las vulnerabilidades críticas de las grandes infraestructuras. “Pero a mí es lo que me quita el sueño”, se sincera McIntosh. “Alguien tiene que ser responsable por si la red eléctrica resulta dañada por un evento solar y no se puede depurar el agua”, sentencia el físico.
Torta, experto en seguridad geofísica y especializado en la vulnerabilidad de la red eléctrica frente a la meteorología espacial, categoriza las llamaradas solares en su máximo como “eventos de poca probabilidad, pero de muy alto impacto”. Pueden causar problemas a la red eléctrica o a los satélites. “Cuando este centro se fundó, hace 100 años se hablaba de física cósmica para estudiar la relación Sol-Tierra”, rememora el científico del Observatorio del Ebro. Así describe cómo ha cambiado la apreciación de la ciudadanía respecto a su ecosistema galáctico.
La dependencia tecnológica
El aumento de los satélites y la electrificación ha cambiado la percepción respecto al espacio y a la relación humana con el cosmos. Ahora hay que prestar mucha más atención a las llamaradas solares, ya que “estos fenómenos empezaron a afectarnos a los sistemas tecnológicos, a las infraestructuras que hemos ido desarrollando, y de ahí nuestra dependencia”, sostiene Torta. Un desarrollo que viene “desde el siglo XIX con el telégrafo, y ahora ha ido a más”, resume.
Todos los científicos consultados mencionan como la mayor tormenta solar el evento Carrington —por Richard Carrington, el astrónomo que lo documentó—. En 1859 una fulguración extremadamente potente achicharró la red telegráfica de la época en EE UU y Reino Unido. La noche se volvió día en el Caribe, Hawái o las Canarias.
Otro suceso icónico ocurrió en 1989 en Quebec (Canadá). La fulguración dejó fuera de funcionamiento una planta hidroeléctrica y “millones de personas se quedaron sin luz durante 12 horas”, rememora Miguel Herraiz, profesor emérito en la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Complutense.
La resiliencia ante el clima espacial
El salto de hace 200 años a la sociedad tecnocientífica contemporánea provoca nuevos peligros por sobrecarga del sistema: la caída de las emisiones de radio, la navegación por GPS o los satélites de comunicación. “Las tormentas geomagnéticas influyen muchísimo y en situaciones de altísima conductividad eléctrica perturban los equipos”, describe Torta.
Existe ahora mayor concienciación respecto a la protección de las infraestructuras críticas. “La destrucción de un nudo eléctrico podría ser una catástrofe, equivaldría a meses de trabajo por la dificultad de reemplazo de las piezas”, detalla Herraiz.
El experto en geomagnetismo y vulnerabilidad del Observatorio del Ebro reflexiona: “No hay que dramatizar, ni tenemos que volvernos paranoicos, pero sí que conviene hacer el análisis de hasta qué punto somos vulnerables”. Torta señala que para que ocurra un “evento extremo” se deben dar muchas coincidencias extraordinarias: “No solo que la eyección pille a la Tierra en medio, sino que el campo magnético asociado a ese plasma que viaja con el viento solar, tenga una polaridad que sea contraria a la del campo magnético terrestre para que se produzca un fenómeno que se llama reconexión magnética, que es el que manda, y eso es complicado”.