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Con la muerte de Prigozhin, el rey Putin está desnudo

Un hombre pone flores en un monumento conmemorativo informal con fotografías del jefe de PMC Wagner. | Foto: EFE/EPA/STRINGER.

Escasos días antes de que explotara el avión que puso punto final a su vida tumultuosa, Yevgeny o Eugenio Prigozhin le hablaba a una cámara de TV desde un tren en África, diciendo que todo estaba bien. Y a pesar de su peligrosa profesión de jefe del grupo mercenario Wagner, a Prigozhin se le notaba despreocupado, como si de verdad creyera que todo marchaba viento en popa. Quizá abrigaba la esperanza de que su intento insurreccional en junio pasado contra Putin había sido perdonado. Nada menos que contra Putin, uno de los jefes de estado modernos más despiadados contra sus oponentes, quien además protagoniza una de las guerras más sangrientas e inútiles desde la Segunda Guerra Mundial y que a todas luces ha sido un fiasco.

No hay duda de que Prigozhin encarnó —y todavía lo hace— un papel singular en la Rusia contemporánea, pero también nos trae ecos de otras eras imperiales, antes y durante la época soviética, cuando a los dirigentes que estorbaban simplemente se los borraba de la faz de la tierra.

La historia de Prigozhin es también sintomática de una variedad de estado autocrático contemporáneo que por su concentración total del poder en el líder máximo linda con las características de un estado mafioso. De hecho, la historia de Prigozhin transcurre muy cercana con la de Putin. Ambos se conocieron en San Petersburgo, al parecer siendo ambos muy jóvenes. Y aunque sus carreras divergieron, Putin entrando a la KGB y despachando desde Berlín Oriental hasta la caída del Muro mientras Prigozhin se inauguraba en el mundo de la delincuencia por un robo y cumplía años de cárcel, se volvieron a encontrar en San Petersburgo, precisamente cuando Putin daba inicios a su brillante carrera política.

Prigozhin para entonces había cambiado de oficio y se había hecho chef, cuyos servicios puso a la orden de Putin; sus indudables dotes empresariales lo lanzaron al estrellato cuando el segundo fue escogido por Yeltsin como su sucesor a la cabeza de la Rusia postsoviética.

De San Petersburgo a Moscú por autopista

Probado ya su talento empresarial, la ambición de Prigozhin no se limitó a armar un emporio alimentario para la cúspide del nuevo poder, vendiendo millones de raciones al ejército ruso o preparando comidas especiales para la élite del nuevo imperio. Dado que en su nuevo período de expansión geopolítica Rusia requirió de la creación de compañías militares que pudiera contratar para hacer el trabajo sucio en sitios como la guerra civil siria o en varios países africanos, Prigozhin aprovechó la oportunidad creando el Grupo Wagner, cuyos miembros operaban como una logia y algunos de los cuales se alimentaban de los viejos mitos de supremacía nazi.

De todos los grupos mercenarios o para-militares fundados a fines de la primera década de este siglo el Grupo Wagner ha sido el más importante e influyente, no sólo por su disciplina y sentido estratégico comercial—involucrándose en conflictos africanos que le reportaron jugosos contratos mineros—sino por su falta de escrúpulos a la hora de actuar militarmente.

Dada su eficacia y funcionalidad para las metas geopolíticas del nuevo estado ruso, el grupo Wagner y Prigozhin en particular se fueron convirtiendo en un aliado privilegiado de Putin, cuya manera de ejercer el poder de manera absoluta se ha caracterizado por encarcelar o exterminar a sus oponentes, a través de la judicialización de sus acciones, mientras que a los componentes de su cúpula de poder —ministerios, militares, servicios de inteligencia— los enfrenta unos a otros para facilitar su reinado. Y aunque el Grupo Wagner no formaba parte integral de esa estructura de poder, sí operaba como un apéndice que le reportaba directamente a Putin y no necesariamente al Ministerio de Defensa, el cual financiaba sus jugosos contratos militares.

Y entonces llegó la guerra de verdad

Todo marchaba sobre ruedas para Prigozhin y su Grupo Wagner cuando estalló la guerra de Ucrania. Muy probablemente este último se encontraba tan ignorante y al margen de las decisiones de invadir como el resto de la jerarquía militar rusa hasta poco antes de febrero de 2022. Y al igual que el resto de un sector de agentes militares activos, especialmente aquellos imbuidos de un nacionalismo extremo, se fue dando cuenta de la cadena de errores en la estrategia, logística y moral de combate de las fuerzas militares regulares que llevaban a cabo la invasión. No obstante haber Rusia capturado y ampliado su dominio en varias porciones del territorio de Ucrania, especialmente aquellas áreas que unen a los territorios en disputa cerca de la frontera rusa con la península de Crimea, el balance de la guerra no le era favorable. No sólo había fracasado colosalmente en su intento por ocupar Kiev y derribar a Zelensky sino que la suma de perdidas en vidas humanas y en material bélico era monumental.

Como en otras oportunidades Prigozhin aprovechó las circunstancias. Dadas las limitaciones del reclutamiento de un nuevo contingente de reservistas, por el abandono masivo de jóvenes en edad de prestar servicio militar y los bajísimos niveles de moral de combate, Prigozhin se esforzó en reclutar sangre nueva en las prisiones. Por haber sido presidiario conocía de cerca el lenguaje y los sentimientos de los privados de libertad, incluyendo a aquellos en las regiones más lejanas de Rusia. Fue así como armó un conjunto de batallones para pelear en la guerra que Rusia parecía estar perdiendo. En medio de un enfrentamiento verbal (y al parecer también físico) con las fuerzas regulares rusas, los batallones de Prigozhin lograron la única y pírrica victoria con la captura de Bakhmut, en el este de Ucrania, capital del oblast de Donetsk durante la ofensiva del otoño y el invierno de 2022.

La historia posterior es harto conocida. Cuando sus críticas abiertas y brutales a los dirigentes militares a cargo de la guerra, principalmente el ministro de Defensa Sergei Shoigu, cayeron en oídos sordos, decidió dar un paso imprevisto y muy típico de su temperamento agitado e impaciente: tomar posesión de Rostov del Don, centro estratégico del despliegue militar en la guerra y avanzar hasta Moscú.

Para entonces Prigozhin ya se había convertido en un nuevo mito político en Rusia, adoptando un lenguaje abiertamente populista y frecuentemente lleno de groserías que le granjeó una enorme popularidad frente a la imagen debilitada de Putin. A mitad de camino, luego de algunos escarceos con aviones de combate a los cuales derribó, decidió suspender el ataque y devolverse, al parecer luego de conversaciones con Lukashenko, el líder de Bielorrusia, principal aliado de Putin. Tras un período ambiguo, donde no estaba claro qué iba a pasar, al parecer Prigozhin se reunió en secreto con Putin, llegando ambos a un acuerdo sobre la desmovilización de Wagner en el interior de Rusia.

Pero lo que lució desde afuera como un gesto de debilidad de Putin, al no destruir de inmediato a su nuevo contendor y abierto retador, no fue sino un gesto clásico del comportamiento mafioso del poder putinesco. Como en las mejores escenas del Padrino, Putin buscó acercarse a su nuevo rival para luego esperar el momento adecuado y asestarle el zarpazo definitivo.

A pesar de su semblante confiado en el tren africano, no todo estaba perfecto. Al parecer un artefacto instalado en el avión que debía conducirlo de Moscú a San Petersburgo dio al traste con la vida siempre peligrosamente vivida de Prigozhin. Se cierra otra página de los entretelones del imperio ruso, pero no sin antes dejar una herida en lo que hasta el momento lucía como el poder omnímodo de Putin. Muere Prigozhin pero el rey queda desnudo.

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