Nos encontramos en Tecún Umán, Guatemala -plena frontera con México-, en donde funciona una unidad de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) encargada de asistir a los inmigrantes en su camino hacia EEUU o tras ser retornados al país.
Una familia venezolana narró desde este lugar su travesía a través de la selva del Darién, en su ruta rumbo a Estados Unidos.
“Es un desafío a la muerte. Es como que tú pelearas con la muerte: o te gana ella o le gana uno”, dice María, una inmigrante venezolana que se dirige hacia Estados Unidos junto con su esposo y su niño de siete años.
Cálida y enérgica, la mujer explica: “La situación económica nos motivó a dejar el país, porque el salario no cubre todas las necesidades básicas de las personas. La experiencia más fuerte fue la de la selva, porque en los otros países fue normal, pagar el pasaje y seguir, pero lo de la selva pienso que fue algo más fuerte, más traumático”.

Y es que la familia acaba de pasar una semana en el Darién, una espesa selva de 5.000 kilómetros cuadrados que separa a Colombia de Panamá. El área del Darién es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo: caminos empinados, abismos y ríos de gran caudal que muchas veces terminan en ahogamientos.
A los peligros naturales se le suman los grupos criminales que roban, secuestran e incluso abusan sexualmente de los inmigrantes.

Aun así, sigue siendo una de las rutas migratorias más comunes para los latinos (y no latinos también). La atraviesan inmigrantes de países como Venezuela, Haití, Ecuador, Chile y Brasil, pero también China, India, Afganistán, Camerún, Somalía y Bangladesh.
De acuerdo con cifras de MSF, más de 79 mil personas atravesaron la selva que une a Colombia y Panamá, tan solo del 1 al 25 de agosto de este año.
En el caso de María y Antonio, la pareja atravesó ríos embravecidos, hambre y sobre todo, incertidumbre. “Mi hijo duró un día y medio sin comer”, recuerda la mujer. Su esposo agrega: “Nosotros duramos más. Fue bastante fuerte el tema porque hasta el niño del hambre que tenía pateaba las laticas para intentar conseguir una lata llena. Eso parte el corazón, ¿se me entiende?”.
Antonio cuenta que llevaron provisiones como caramelos, enlatados, sopas instantáneas, panelada, pero al tiempo se quedaron sin nada: “Por el camino conseguimos mucha gente necesitada y bueno, así como Dios nos bendijo, nosotros ayudamos mucha gente y en el camino quedamos sin provisiones”.
La pareja relata que uno de los peores momentos durante su viaje fue cuando su hijo despertó llorando a las tres y media de la mañana porque tenía hambre. Su madre recuerda que le dio los últimos cinco granos de maní que quedaban y luego comenzó a llorar.
No es que no tuvieran dinero para comprar alimentos, lo que ocurre es que en la selva del Darién no hay nada que comprar.

Sobrevivieron la semana tomando agua de la cascada o los riachuelos; y comiendo caramelos para mantener la energía. María agradece que, más allá de algunas ampollas en el cuerpo, el niño no se enfermó ni tuvo fiebre.
—¿Cómo superaron los obstáculos?
—María: La fé en Dios, soy muy creyente en Dios y él también.
—Antonio: Sin Dios, te voy a ser sincero, no lo hubiésemos logrado. Dios nos dio la fortaleza, la estabilidad mental, porque no es fácil ver a tu hijo que tenga hambre, tú tener hambre.
—María: En un momento el río casi nos lleva a mi hijo y a mí. A él lo tapó, a mí casi me tapa el agua; si no fuera por él -el esposo- que nos jaló, el río nos lleva. Eso también fue muy traumático para el niño, porque él no quería seguir cruzando. Ahí practicas todos los deportes extremos, escalas piedras, no encuentras donde poner los pies aquí, a 15 o 20 metros de altura.
—¿Con qué se encontraron en el camino?
—María: No vimos muertos, sí los olimos. No vi animales salvajes, quizás una culebrita que iba cruzando el río por encima. Eso también le agradezco mucho a Dios, que no me permitió ver nada de esas cosas, lo que vimos fueron bachacos, arañas normales. Gracias a Dios, otras personas sí vieron caimanes, cocodrilos cuando uno agarra las piraguas (pequeña embarcación para cruzar afluentes como ríos).
—¿Por qué decidieron emigrar de Venezuela?
—Antonio: Mayormente uno hace esto para brindarle… No tanto por nosotros, porque como todos tenemos sueños, no nos vamos a engañar, pero nosotros más que todo buscamos ahorita una mayor estabilidad, una mayor calidad de vida para nuestro hijo, mejor educación.
No estoy diciendo que en Venezuela la educación sea mala, sino que es de corto alcance en cuanto al sistema económico. Buscamos eso como todos, crecer como personas, tener una mayor calidad de vida y así poder ayudar a nuestros padres que bastante han trabajado por nosotros, y es hora que nosotros trabajemos por ellos.
—¿Qué le dirían a otros que harán el mismo camino?
—Antonio: Primero que se aferren a Dios, que busquen de Dios.
—María: Que no crucen esa selva en tiempos de invierno, porque los ríos crecen demasiado y son muy agresivos. Es maldad decirles que no crucen, que no traigan a los niños, porque la gente dice “si fulanito pudo, yo también puedo y yo me los llevo”, porque uno es así. Uno quiere vivir la propia experiencia. Pero que traten de buscar temporadas de verano, que no sea temporada de invierno porque los ríos son muy agresivos. Y mantener siempre la calma y traer chucherías dulces, enlatados.
A pesar de los miles de inmigrantes que han realizado la ruta, y sobrevivido, el mensaje de las autoridades internacionales es el mismo: no cruzar la selva del Darién para no arriesgar sus vidas.
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Los nombres de la pareja han sido alterados para resguardar su identidad. Al momento de la publicación del artículo, María, Antonio y su niño se dirigen a los Estados Unidos para cumplir sus sueños.
Esta nota no podría haber sido posible sin la colaboración y las facilidades que brindó MSF.