Cuando llegó a los Estados Unidos en 1968, Franklin Chang-Díaz llevaba solo $50 en el bolsillo y no sabía hablar inglés. En ese momento tenía 18 años y la vocación de convertirse en un verdadero explorador del cosmos.
Nacido en San José, Costa Rica (y con ascendencia cantonesa por familia paterna), desde pequeño parecía estar destinado a triunfar. Su abuelo había sugerido su nombre, Franklin, en honor al expresidente norteamericano Roosevelt.
Pero Franklin Chang-Díaz - años más tarde, “doctor” - también era hijo de la Guerra Fría y en particular, la Carrera Espacial, es decir, el período entre 1955 y 1988 en el que EEUU y la URSS se disputaron la conquista del espacio exterior.

Al igual que otros niños de su edad jugaba a volar al espacio, pero él fabricaba los cohetes por su cuenta. Según recuerda, sus “proyectos” eran cada vez más sofisticados, complejos y volaban a mayor altura; estos fueron sus primeros pasos en el arte de desarrollar proyectos científicos.
Franklin cree que el verdadero “click” que terminó de catalizar su interés por el espacio fue el Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, lanzado por la Unión Soviética el 4 de octubre de 1957.

“Por supuesto, los astronautas y cosmonautas -como se llamaban en la URSS- de carne y hueso no empezaron sino hasta 1961, cuando Yuri Gagarín fue al espacio. Luego los americanos entraron en la competencia con personajes como Alan Shepard y John Glenn, y todas esas personas se convirtieron en héroes míos y de mis amigos. No era una cosa muy extraña, todos queríamos ser astronautas”, explica Franklin, hoy con 73 años.
Con el tiempo, sus compañeros fueron buscando profesiones más “realistas”, pero él siguió con su sueño. A los 18 años se fue solo a los Estados Unidos.

Para 1977, Chang-Díaz ya tenía un grado en Ingeniería Mecánica en la Universidad de Connecticut y un doctorado en física aplicada del plasma en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), una de las más competitivas universidades del mundo.
El sueño del niño de los cohetes finalmente se cumplió en 1980, cuando se convirtió en el primer astronauta hispano de la NASA.

“Había discriminación, tal vez no en el sentido o con la forma como la entendemos hoy, sino simplemente que yo era un tipo diferente, hablaba con un acento. No soy el característico astronauta de aquellos tiempos, el clásico americano con tez blanca. Yo soy más mezclado, bicho raro, una cosa rara”, bromea el físico.
Y agrega: “La otra cosa era que casi todos eran militares. Yo nunca fui militar. Vengo de un país que no tiene ejército, ¿no? Entonces el militarismo no era algo congruente conmigo, el choque también llegó entre el científico, que es lo que soy yo, un tipo más de ciencia, que todo lo cuestiona, yo no soy el militar que está acostumbrado a seguir órdenes, a ser una persona muy cuadriculada. Yo soy un poquito rebelde y todo lo cuestiono”.

Durante su carrera acumuló siete vuelos espaciales y más de 1 mil 600 horas en el espacio (es uno de los astronautas con más horas espaciales en la historia), incluyendo 19 horas en caminatas espaciales. Voló en los transbordadores Columbia, Discovery, Endeavor y Atlantis, también le tocó construir la actual Estación Espacial Internacional (ISS), lanzada en noviembre de 1998.
Franklin nunca se olvidó de su tierra natal. Luego de retirarse de la NASA en 2005, fundó Ad Astra Rocket, una compañía de tecnología espacial con dos sedes: Webster, Texas, y Guanacaste, Costa Rica. Esta firma, además, podría cambiar el futuro de los viajes interplanetarios a través del Motor de Magnetoplasma de Impulso Específico Variable (VASIMR, por las siglas en inglés).

De acuerdo con Chang, para ir a Marte el vuelo es de casi un año con las tecnologías actuales. Bromea que, en ese sentido, los cohetes químicos que usamos ahora son equivalentes a la carreta tirada por caballos para cruzar los Estados Unidos durante los años 1800.
“El motor de plasma nos va a permitir realmente colonizar Marte y colonizar lugares más lejanos. [Este es] otro tipo de transporte, mucho más rápido, eficiente y eso es en lo que he estado trabajando casi toda la vida. Es una tecnología que nos va a permitir llegar a Marte en cuestión de tal vez un mes, un medio y medio, dos meses pero no un año”, explica.

Otro de los proyectos de Ad Astra Rocket Company es la “descarbonización” del transporte terrestre a través del “hidrógeno verde”. La compañía “divide” las moléculas de agua (compuestas por hidrógeno y oxígeno) para luego utilizar el hidrógeno en vehículos eléctricos.
“Es un tipo de vehículo que no usa las baterías grandes que se están usando ahora, sino que produce su propia electricidad”, indica Franklin sobre el sistema que ya se encuentra en funcionamiento en su país natal.