A Fabián no le entusiasma la idea de revelar su identidad, pero sí contar su historia. Tiene 34 años, es venezolano y al momento de la entrevista lleva pocos días de haber cruzado la frontera que divide la ciudad de Piedras Negras (al noreste de México, en Coahuila) de Eagle Pass, en el condado estadounidense de Maverick.
Con una búsqueda rápida en internet, podemos saber que la distancia en automóvil entre las dos localidades es de alrededor de 3,4 millas (5,4 kilómetros) o 15 minutos de viaje. En el mundo real el trayecto es un poco más complicado.
Los residentes narran que viven en un contexto cada vez más difícil, no sólo por la afluencia de inmigrantes, sino por las medidas del gobierno local y el despliegue de agentes de seguridad que, pareciera, se preparan para una guerra que no existe.
El poblado de Eagle Pass comenzó a resonar en medios de comunicación de todo el mundo cuando, en julio de este año, el gobierno de Texas -dirigido por el republicano Greg Abbott- ordenó la instalación de una barrera flotante de boyas sobre el Río Bravo (o Río Grande, en EEUU) para evitar el ingreso de inmigrantes.

Las boyas, con casi un metro de diámetro, también están revestidas con púas y separadas por cuchillas giratorias: “Estamos asegurando la frontera desde la frontera. Lo que estas boyas nos permitirán es impedir que la gente llegue siquiera a la frontera”, estas fueron las palabras del gobernador, en uno de sus comunicados.
Pero para Fabián -nombre escogido por él mismo para resguardar su identidad- y otros tantos inmigrantes latinos, los esfuerzos del gobierno texano no funcionaron. El hombre salió de Venezuela el 8 de julio con el objetivo de trabajar en los Estados Unidos. Salió solo, dejando a su familia en casa.

“Tengo una niña y mi esposa. Mi beba va a cumplir cuatro años y tampoco quise que tomara el riesgo que yo tomé, pues no quise que mi hija pasará tanto sufrimiento”, explica.
Una vez llegado a Piedras Negras, vivió durante un tiempo en un refugio mientras esperaba la cita de CBP One, la aplicación del gobierno para inmigrantes que les permite programar citas en un Puerto de Ingreso y determinar una potencial permanencia en Estados Unidos.
Pero la cita no llegaba, la app estaba “colapsada” y se desesperó en la espera: decidió cruzar el río que lo separaba de EEUU, de forma irregular, y entregarse a las autoridades de inmigración.

— ¿Qué pasa en Piedras Negras? ¿Por qué te desesperaste?
— Tenía miedo. Hay miedo a que si uno sale a trabajar te agarre Migración y te devuelva; o que de pronto un grupo te pueda secuestrar y le pida dinero a la familia, si tienes en Estados Unidos.
— ¿Sabías de las boyas?
— Sí, ya, pues uno siempre ha escuchado sobre los migrantes que cruzan a diario el Río Bravo, porque no solamente soy yo. Son muchas las personas que día a día siguen cruzando ilegalmente hacia los Estados Unidos por la misma razón, pues que la aplicación tarda mucho para salir la cita.
Fabián cuenta que tuvo miedo al escuchar que quienes viajan sin familia atraviesan procesos más largos y pueden durar más días detenidos. Sin embargo, le impulsó la necesidad de que su familia es Venezuela estuviera bien, algo que no veía posible estando él en México.
Salió desde Piedras Negras con un grupo de alrededor de 40 personas, las cuales se ayudaban unas a otras. Aprovecharon que en ese momento el río no estaba crecido, aunque sí había corriente.
— ¿Tenías un equipo para cruzar? ¿Un chaleco o algo?
— No, no. Nada, con la ropa que uno lleva puesta, pues corriendo el riesgo de muchas cosas, que uno pueda ahogarse en el río, que te lleve el río, que puedas perder a los familiares, a tus hijos, de que te puedas cortar, de que nadie en el río te va a auxiliar... Porque es el riesgo que uno como inmigrante toma. Yo me corté la mano cuando intenté agarrar el alambre para alzarlo un poquito y poder pasar; y pues me corté la franela y un poquito me aruñé la espalda.
— ¿Cómo evadieron las boyas?
—Ví las boyas, pero nosotros caminamos como evadiéndolas por todo el río.. Es como se dice, el verdadero sueño americano.
Fabián cuenta que su grupo, como muchos otros, había realizado un hueco de noche por debajo del alambre. Primero pasaban los niños, luego los adultos y después se ayudaban entre sí para cruzar.

— ¿Y cuando llegaste qué pasó?
—Ya pisando tierra americana, te llaman a Migración. Migración te lleva a una carpa donde comienza todo el proceso. Ahí te dejan de cuatro a cinco días depende de los migrantes que estén en ese momento; y ahí, pues le quitan lo que es el teléfono, las pertenencias. Te llevan como a un cuarto, te dan la comida y para dormir dan como una cobija térmica.
Una vez en ese sitio, dice, deben esperar el momento en que son nombrados para registrar sus huellas y continuar el proceso de las autoridades, a la espera de recibir una fecha de presentación ante una corte. Recuerda que reciben un código QR que es escaneado cada cierto tiempo. "Ahí usted no sabe si es de día o de noche, porque siempre tienen una luz prendida pues y con aire acondicionado, no sabes qué hora es".
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Estamos aquí esperando cómo trabajar unos días para llegar al destino, porque todavía no hemos llegado a donde vamos. Estamos esperando respuesta de un amigo para ver si nos puede recibir. Él nos dijo que en unos días nos avisaba la ubicación para llegar hasta allá.
—¿Cómo describirías la travesía?
—No es fácil la travesía, las personas dicen “me voy para Estados Unidos”, pero es muy difícil toda la travesía hasta llegar a México; y de México cruzar a Estados Unidos. Es fácil decir “me voy”, pero es pasar hambre, pasar sueño, aguantar lluvia, aguantar frío. A muchas cosas tiene que enfrentarse uno, y enfrentarse a la realidad.
Advierte que en el viaje los inmigrantes pueden ser golpeados, maltratados, secuestrados y hasta robados; sin mencionar el riesgo de las mujeres y niños, los más vulnerables, a ser víctimas de abuso sexual.
—¿Qué le dirías a los políticos?
—Les diría que tomaran más consideración con los migrantes, porque si vienen a este país es porque vienen en busca de estar en un país seguro; de tener una mejor calidad de vida. Están en búsqueda de sueños. Pues que tengan consideración con esas personas, con esos niños, con esas personas adultas, porque cruzar un río no es fácil, pero uno está joven y pues se puede defender, pero un niño... ¿Cómo lucha un niño en el agua? O una persona mayor o una dama que no sepa nadar, y si no cuenta con esa ayuda de otros, puede tomar el riesgo de encontrar su muerte.

—¿Sentiste en algún momento que te podías morir?
—Desde el principio llegué a sentir miedo de cruzar ese río, porque uno ha visto mucha información por internet, y lo llenan a uno de miedo. Es un riesgo que usted tiene que tomar sí o no, pues lo cruzo o no lo cruzo, porque si se llena de miedo y ese miedo le gana, el mismo miedo la va a llevar a la muerte.
Actualmente, Fabián está esperando su primera cita con un juez, que será en noviembre de este año y luego en febrero de 2024.
¿Pero qué pasa en Eagle Pass exactamente?
Con alrededor de 30.000 habitantes, la ciudad texana atraviesa una afluencia de inmigrantes que vienen desde Piedras Negras. Si bien Eagle Pass es la “puerta de entrada” al sueño americano desde hace años, la problemática llegó al punto que el alcalde Rolando Salinas Jr. llegó a declarar “estado de emergencia” el 19 de septiembre y ratificó su decisión una semana más tarde, hasta nuevo aviso.
En algunas jornadas los inmigrantes que cruzan la frontera son 3.000, pero pueden llegar a 8.000. En comunicación con CNN, el alcalde expresó que la administración de Biden tiene parte de la culpa: “Estamos aquí, abandonados. Estamos en la frontera, estamos pidiendo ayuda. Esto es inaceptable”.
Un punto clave para comprender lo que ocurre en Eagle Pass es el Operativo Lone Star, organizado por el Departamento de Seguridad Pública de Texas y el Departamento Militar de Texas a lo largo de la frontera sur entre ese estado y México.

Se trata de un programa iniciado en 2021 por el gobernador Greg Abbot con el objetivo de responder al avance de la inmigración ilegal, reforzando todas las medidas de seguridad fronterizas e impulsando otras nuevas. Pero no está libre de controversias: organizaciones manifiestan que se trata de un esquema racista para criminalizar a los inmigrantes.
Además, más allá de las denuncias humanitarias, el costo del programa ya ha superado los $4 mil millones. En el caso de Eagle Pass, a las boyas revestidas de púas se suman las peligrosas “fronteras” de alambrado y la vigilancia de policías estatales, locales y la Guardia Nacional de Texas.
Jessie F. Fuentes (62), vecino de Eagle Pass, comenta que durante años ha navegad el río, ha impartido clases de kayak, canoa y participó en carreras. Pero ahora encuentra un obstáculo (las boyas) que afectan la corriente y la actividad allí.
“No es más que una cosa para llamar la atención de este gobernador -Greg Abbot-, para facilitar su campaña de odio y poner el río y nuestra cultura en vergüenza”, asegura Fuentes, quien también es dueño de Epi’s Canoe & Kayak Team, una empresa local de kayaking fuertemente afectada por las políticas antiinmigración.

Fuentes agrega: “Tenía islas bien bonitas, las rompieron todas, todo al carrizo, lo rompieron todo. Hicieron caminos y pusieron más alambre. Es como que están esperando que vengan militares a atacar, pero nomás lo que ves son pobrecitas familias, individuos que quieren mejorar su vida y no merecen eso”.
Fuentes destaca que, en su opinión, muchos vecinos del pueblo no están a favor de las boyas, pero tienen miedo de hablar.
“Antes si yo veía un migrante, le daba la bendición, que pasen adelante y que ojalá Dios los ayude, pero ahorita nomás lo que ellos ven son soldados con rifles, alambrado de púas, barcos en la agua, helicópteros en el aire y drones por todos lados, es como una zona militar. Los hoteles están llenos de soldados y los restaurantes están llenos de soldados y policías de otros estados. Nos sentimos como una ciudad bajo control militar”, lamenta.

Amerika García Grewal, residente de Eagle Pass y organizadora de una vigilia en honor a los fallecidos en el río, opina lo mismo: “La concertina -el alambrado- está causando muchas lesiones, pero también cansa a la gente y luego cuando caen al agua, a veces no se levantan o si caen al agua pierden a sus hijos. No pueden recuperar a sus hijos o solo sus cuerpos se recuperan río abajo. El alambrado está matando gente”.
La activista explica que los inmigrantes llegan a Eagle Pass con heridas en las piernas, huesos rotos por caerse en la orilla y cortaduras por el alambre. En el caso de los niños algunos terminan con quemaduras en la piel, debido a la exposición solar prolongada.
“Antes de la primera vigilia fui al consulado mexicano que está aquí en Eagle Pass y traté de conseguir los nombres de los que habían muerto. Me dijeron que de algunas personas que murieron solo sus cuerpos estaban alrededor y ya sabes, no hay información sobre su nombre o su nacionalidad. No sabemos quiénes son. Entonces no hay forma de darnos un nombre, así que eso también es un desafío”, cuenta Amerika.