Millie Pérez es la profesional, madre, hija, hermana y amiga que a todos les gustaría tener. Nunca o casi nunca le niega su ayuda a quien la necesita. Hace 37 años comenzó hacer camino en el Latin American Youth Center (LAYC) y ahora su nombre es toda una institución.
En su cargo de gerente de eventos y relaciones corporativas navega como un pez en el agua en diferentes niveles: desde hacer llamadas a grandes empresas y filántropos para solicitarles que sigan respaldando los más de 40 programas del Centro; contactarse con mercados y empresas donantes de pavos y pollos para Thansgiving y Navidad; golpear puertas para que le regalen ropa de invierno; y, si la urgencia apremia, salir corriendo a comprar ropita de invierno y un juguete para la hija de una madre soltera que no conoce y de la que le han dicho que no tiene cómo abrigarla.
“Terminamos 2023 con muchas cosas buenas, pero este nuevo año lo veo venir con más desafíos. Estamos viendo que mientras la recuperación después de la pandemia es más lenta, las necesidades van en aumento y la generosidad a la baja y, en parte, se entiende por la crisis mundial”, dice.
Entre esos pequeños y grandes retos que tiene por delante está la gala anual del LAYC que será el nueve de mayo y desde ya está, a punta de teléfono, asegurándose de contar con suficientes auspiciantes corporativos y donantes privados.
Millie posee un don para expresar su lenguaje del amor
Ante la posibilidad de un “lo siento, esta será la última vez que le donaré al Centro”, esta gran mujer de fácil sonrisa y calidez boricua, pone a rodar un verbo que se le da muy bien: insistir. Lo hace con ese don de buena gente, a sabiendas de que de sus esfuerzos dependen muchos jóvenes.
“Lo que pido no es para mí, es para esos chicos que tienen vidas difíciles, por eso no me cuesta pedir. Tampoco me cuesta empacar los regalos de Navidad, llenar los paquetes con la ropa de invierno y organizar la compra y entrega de pavos y pollos. Ese es mi un lenguaje del amor, como el de una madre a sus hijos”.
Thanksgiving es una fecha que le hacía mucha ilusión y que la pandemia borró de su calendario. Era una tradición ponerse el delantal, marinar y hornear 10 o más pavos, preparar las ollas de arroz con gandules y su famoso pastel de choclo. Esa era la cena para los jóvenes que llegaban al Centro a aprender inglés, participar de actividades artísticas y recreativas, recibir entrenamiento laboral o conseguir una vivienda segura. “Si todo va bien, este año nuestros chicos volverán a tener cena de Thanksgiving”, dice.

La mujer de las mil soluciones
Millie, esta mamá no tiene pañales para su niño. Millie, este joven no tiene computadora para estudiar. Millie, ¿queda alguna mochila para este niño?, Señora Millie, ¿sobran tostadas para llevarle a mi mamá?: “Ya casi no me quedan, pero ya veo con qué te lleno un plato”, “ya se acabaron, pero dile que venga”, “dile que sí, ya veo de dónde lo consigo”, “las que nos dieron ya se agotaron, pero que me llame”. Esa era Pérez antes de la pandemia, esa fue Pérez durante y esa es Pérez ahora.
“Cuál es el origen de esa fuente donde siempre hay una solución? “Creo que viene de haber nacido y crecido en una familia pobre, en Puerto Rico. Pese a que mis padres hacían lo mejor que podían, fui una niña que pasé hambre. Cuando la gente me daba comida ese era un lenguaje de amor. Pienso que nuestros jóvenes necesitan cariño y cuando las necesidades son grandes se conforman con un abrazo de no menos de 30 segundos” y con un “ya veo de donde lo consigo”, por respuesta.
Esto de bregar, año tras año, entre los que más tienen en favor de que menos tienen es una vocación. “Mi madre -Blanquita- decía que donde comen dos, comen cuatro”. Con esa filosofía por delante, Pérez logró que 49 donantes, entre los que están bancos, jugueterías, universidades, corporaciones, fundaciones y filántropos individuales, ayuden al LAYC, una organización creada hace 55 años para atender las necesidades, en principio de los jóvenes latinos, pero también de otras minorías.
Con un saber hacer muy personal
El apoyo incondicional a miles de jóvenes que han pasado por el LAYC y su muy personal enfoque en relaciones corporativas son su carta de presentación.
Un donante, por razones personales, puso fin a su compromiso de entregar $200 mil que venía ofreciendo cada año. Ese anuncio fue un duro golpe para el Centro y Pérez supo que era tiempo de sacar brillo al verbo insistir. “Llamé a esta señora y le dije: ‘no la llamaría si no necesitáramos, deme al menos $100 mil, usted no sabe lo que podemos hacer con ese dinero’. Nos dio y eso ayudó mucho a cubrir los huecos que nos dejó la pandemia”.
Ese buen hacer, sin protocolos ni pompas, funciona igual para solicitar miles de dólares, pavos o abrigos y zapatos para que los chicos venezolanos recién llegados. “Dios sabe que no estoy pidiendo para mí sino para tantos jóvenes necesitados, eso me motiva”.
Servir a la juventud, era su destino. Comenzó en el LAYC como voluntaria y después como asistente de contabilidad, especialidad que estudió en el college. Traía la experiencia de haber trabajado en la oficina de jóvenes del Departamento del Interior del gobierno federal.
Antes de eso fue la niña que llegó a DC a los siete años, la que hacía intérprete de su madre, la encargada de cocinar y cuidar a sus hermanitos pequeños, la que les organizaba sus cumpleaños y les hacía pasteles.

Una abejita en el panal
En diciembre pasado, supo que los jóvenes que estudian en la escuela Cardozo no tenían un árbol de Navidad, Pérez le pidió a su esposo buscar uno con descuento. Ha hecho de su familia, una extensión de su trabajo: un día un joven quería un libro, puso a su cuñado a buscarlo y encontrarlo, “porque eso también es urgente”.
Siempre instalada en orilla anónima es una como una abejita comprometida con un panal. “Me esfuerzo para que nadie nos vea mal ni tengan que decir algo negativo del LAYC. Así fue con Lori Kaplan, directora ejecutiva y mi maestra, ella daba su alma por estos chicos y ese es el ejemplo que ha seguido Lupi Quintero, yo he aprendido de las dos”.
Entre tantas llamadas hay una que debe hacer pronto a Talía, su pupila una consumada cinéfila como ella. Es una tradición mirar juntas las películas candidatas para los Oscar. Cuando llega la hora de la evasión, Pérez le saca punta a su otra pasión: las telenovelas. “Soy telenovelera y devoradora de noticias. Mi marido y yo estamos enganchados a ‘Mujer’, un drama turco. Eso me ayuda a mantener mi español”. Cuando no son telenovelas ni noticias, son deportes y la cocina y es ahí donde aflora su verdadero lenguaje del amor.
Te podría interesar leer:
La población de China disminuye por segundo año consecutivo
E. Jean Carroll declara en el juicio de difamación que enfrenta Trump
El caso "Taylor Swift AI" | análisis legal de los Deepfakes en EEUU