Cuando Daniel Flores llegó desde El Salvador a Estados Unidos llevaba por maleta lo puesto y un par de dólares en el bolsillo.
El Centro Católico del área de Langley Park a él y su hermana los recibieron con los brazos abiertos, un plato de comida, ropa y un fondo para pagar la renta. Allí está el origen de su gran confabulación: hacer del voluntariado un compromiso de por vida.
Gracias a esas décadas entregadas a pastorear contactos para beneficio de los menos aventajados y por sumarse a cualquier causa que signifique sacar adelante a la comunidad inmigrante, la Presidencia de Estados Unidos acaba de otorgarle a Flores un merecido reconocimiento: Lifetime Achievement Award Certificate, una mención de honor que deja constancia de su vocación en la categoría del voluntariado.
Voluntariado de Daniel Flores
Flores ha pasado por todas las avenidas que conducen a los sitios donde hay que hacer algo por los demás, sea el Latino Students Fund, la Sociedad de Leucemia y Linfoma, Habitat For Humanity, Holy Cross Hospital, Girls Scouts o Spanish Catholic Center. Desde hace 16 años es vicepresidente de relaciones gubernamentales de Greater Washington Board of Trade (Cámara de Comercio).
“Somos inmigrantes y parte de esta comunidad, aquí pagamos impuestos y contribuimos a la economía y soy de los que cree que si nos dan oportunidades y se crean programas de acceso se beneficiará toda la sociedad”, dice Flores, muy proclive a que su mano izquierda no se entere de la generosidad que va dispersando su mano derecha.

De lavaplatos en un negocio de bebidas y comida a presidente y director ejecutivo de la Cámara de Comercio Hispana del Área Metropolitana. De limpiar de oficinas por un salario de menos de $4 a director principal de promoción de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. De pintor de casas y repartidor de guías telefónicas a jefe de personal de la Comisión de Servicios Públicos de DC. Así es como Daniel Daniel Flores ha ido abriendo surcos hasta ser reconocido en todas las esferas del área metropolitana.
Inmigrante salvadoreño trabaja por el bien de la comunidad
Fue un inmigrante de los tiempos de la guerra civil salvadoreña. En su país no había espacio para los sueños de un joven de 19 años que ya tenía un título de bachiller en ingeniería eléctrica. Una vez aquí y sin el inglés como aliado buscó un college lo aceptara, pero en aquel entonces no había ningún programa para los colegiales recién llegados, así que no le quedó más que repetir los tres años de bachillerato.
“Plaza Sésamo y Bell Multicultural High School me enseñaron el inglés. Al principio mis compañeros afroamericanos se burlaban de lo mal que hablaba, pero después se hicieron mis amigos y me corregían. Tengo tanto que agradecerles”, esos son los recuerdos de aquel chico que se estaba adaptando su nueva vida y que llegó a plantearse seriamente en hacerse sacerdote. “Había cosas de la iglesia con las que no estaba de acuerdo y eso me desanimó”, dice
Temor a un estigma de Daniel Flores
Escogió otro tipo de sacerdocio: devolver los favores al Centro Católico de Maryland donando su tiempo. “Me hice voluntario, trabajé en muchos programas hasta que me ofrecieron dirigir la junta directiva. No tenía idea de lo que debía hacer, pero aprendí rápido. Muchos años estuve al frente de la organización y hasta creamos una sucursal en DC”.
De la mano del Centro Católico los inmigrantes se beneficiaron de programas de empleo, de ciudadanía o del bachillerato express conocido como GED. Flores fue uno de los maestros de GED en Takoma Park. “Gracias a ese trabajo mi nombre comenzó a ser reconocido y muchas organizaciones de niños, de la tercera edad y otras más me llamaban pidiendo mi colaboración. Lo que soy ahora les debo a todos ellos”.
No olvida esos años de recién llegado buscando oportunidades para él mismo. “En Langley Park eran muy pocos y los programas eran escasos. Ahora casi todos son hispanos, muchas cosas buenas han sucedido, pero al mismo tiempo la desinformación nos ha puesto a los inmigrantes en una situación que no es muy buena”.
Organizaciones de ayuda a los inmigrantes
Le preocupa la reducción de fondos para las organizaciones sin fines de lucro que sirven a la comunidad. En un año de elecciones, con buses llenos de inmigrantes llegando a San Francisco, Nueva York, Chicago o DC los latinos van a ser parte del debate y Flores teme que reflotará “el estigma de que no contribuimos a la economía, cuando lo cierto es que los latinos abren más negocios, pagan impuestos, compran casas y autos. Trabajan en la construcción, son profesores en colegios y universidades, trabajan en el gobierno federal o estatal” y son voluntarios como él.
Gracias a ese voluntariado la comunidad ha crecido y ha dado vida a organizaciones sin fines de lucro como Carecen, el Centro Católico, La Clínica del Pueblo, Carlos Rosario, el Latin American Youth Center (LAYC) o Mary’s Center. “Sin ellas tendríamos a los hospitales y las escuelas con una demanda saturada. Todo esto es bueno y admirable, pero lo cierto es que necesitamos más voluntarios y más ayuda financiera”, agrega.
Siempre abriendo puertas
Flores lleva por bandera que “los latinos queremos lo mismo que el resto de la sociedad” y desde la posición que ocupa se esfuerza porque los grandes negocios incluyan a todas las minorías en la mesa donde se toman las decisiones. “Todos queremos lo mismo: educación, salud, trabajo, un lugar donde vivir y seguridad”, insiste.
Su trabajo es abogar ante las autoridades locales, estatales y federales por una mejor calidad de vida para los habitantes de la región. Lo que se traduce en tener buen transporte público, trabajo o acceso a internet para todos. Particular atención pone en la coordinación de relaciones entre negocios y personas para que encuentren intereses comunes y ver cómo pueden ayudarse unos a otros.
Esta obra es incuantificable y a veces intangible y eso quizá le hace ver que no es mucho. Con ese reconocimiento en sus manos y las decenas de felicitaciones que está recibiendo en Linkedin, Flores aún no termina de creerse que su voluntariado que ha tocado todas las áreas imaginables, como construir casas de la mano de Habitat for Humanity o limpiar el Río Anacostia, le hayan merecido este reconocimiento.
De seguir viviendo quien sí diría sin medias tintas “ya era hora, han tardado demasiado en dártelo”, sería su madre Ana Beatriz Herrera, a quien le dedica este reconocimiento, “porque a ella y a mi abuela les debo quien soy” y porque ella también sabía que lo primero que sale de la boca de su hijo era “¿qué puedo hacer para ayudarte?”. Este es Flores, quien ha hecho del voluntariado su moneda de uso corriente y de su modestia y humildad su filosofía.