La última inversión del Ministerio de Defensa británico es el nuevo arma DragonFire, un cañón láser de alta velocidad capaz de precisar una moneda a un kilómetro de distancia. Con un coste inferior a 12 euros por disparo, esto significa el advenimiento de la guerra autónoma, en la que las guerras no son libradas por humanos sino por armamento autónomo y robots letales.
Esta rápida progresión de la tecnología militar nos introduce en una era en la que los soldados se limitan a observar actividades letales que tienen lugar a miles de kilómetros de distancia.
El DragonFire, un cañón láser de alta velocidad, ha recibido una financiación de 117 millones de euros. Esta arma de energía dirigida dispara a la velocidad de la luz, penetrando en ellos con un haz intenso, induciendo el colapso estructural o resultados aún más catastróficos.
Dado su reducido coste, esta tecnología es prospecta a desbancar a los misiles. El Secretario de Defensa del Reino Unido, Grant Shapp, conjetura que este futuro armamento puede transformar el campo de batalla al disminuir la dependencia de la costosa munición y minimizar los daños colaterales.

Otros avances tecnológicos
El Pentágono estadounidense también está examinando estas tecnologías para misiones de ataque y defensa contra misiles de crucero. Los misiles de crucero de ataque hipersónico (HACM), que pueden volar a una velocidad superior a Mach 5 y maniobrar mientras navegan por la atmósfera, están resultando más difíciles de detectar e interceptar que los misiles balísticos tradicionales.

Los buques de superficie no tripulados, similares a los reconocidos drones aéreos, son embarcaciones autónomas concebidas para misiones de guerra antisubmarina y antiminas.
En el ámbito de la inteligencia artificial, se trata de meros ejemplos de desarrollos armamentísticos recientes, acelerados por la integración de herramientas de IA, que se han incorporado a todos los aspectos bélicos, desde el diseño de sistemas, incluidos los ciberataques, hasta la fabricación y el funcionamiento de los dispositivos.
En conclusión, aunque las nuevas tecnologías supongan avances increíbles, es imperativo abogar por su regulación. Esto se debe a que muchas de estas armas violan principios fundamentales establecidos en convenciones internacionales, como la necesidad de diferenciar entre combatientes y civiles, así como el principio de proporcionalidad y precaución en el ataque.
La realidad actual lamentablemente muestra un panorama diferente, donde la proliferación y el uso indiscriminado de estas armas plantean serias preocupaciones éticas y humanitarias que deben abordarse con urgencia a nivel global.