¿Qué le parece si, además de la receta para aliviar el dolor, le prescriben una dosis de música tradicional colombiana al piano? Una pócima a ritmo de El Chambú o La Ruana no van sanarlo, pero le bajarán el estrés y la angustia derivadas de la enfermedad.
Esa prescripción la incluyó el doctor Álvaro Puig Rodríguez durante la pandemia en el hospital del pueblo de Tappahannok (Virginia), un enclave de madereros y aserraderos que emplean a mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos y colombianos.
Puig, un médico internista nacido en Bogotá, entre auscultaciones, diagnósticos y visitas a los pacientes, cuando le queda tiempo inyecta sentimentales ritmos del folclore colombiano, porque sabe que esas invisibles hebras melódicas cuando llegan al cerebro tienen el poder terapéutico de calmar la ansiedad.
Ahora lo hace en el hospital en Reston y en su práctica privada de Falls Church. “Si me dice cuál es el título de esta melodía no le cobro la consulta”, ese reto les pone a sus pacientes sin seguro médico. Casi ninguno acierta, pero igual se van sin pagar.
Entre unos cinco o seis pacientes de endocrinología sin seguro atiende semanalmente en su consultorio, todos llegan transferidos por la clínica comunitaria de Culmore.

“Es parte de mi labor social, porque para ellos es muy complicado acceder a un especialista. También hago trabajo docente con los estudiantes de medicina que me mandan las universidades de George Washington, Marymount o desde Pensilvania”, cuenta Puig, quien ostenta la presidencia de la Medical Society of Northern Virginia.
Álvaro Puig Rodríguez quería ser pianista. “Hagamos un trato: termine una carrera, cuélgueme el diploma en la pared de su dormitorio. Después coja su piano y haga lo que quiera”.
Palabras más, palabras menos ese fue el consejo de su madre, Myriam Emma Rodríguez.
En la casa de los Puig lo natural era hacerse abogado, lo había sido su abuelo, su padre y también su madre. Puesto a estudiar, el “pelaito” escogió medicina y echando la mirada hacia atrás agradece haber escuchado ese consejo, porque “por más que adoro el piano con el alma es difícil vivir del arte; no abandoné mi pasión musical, la compagino con la profesión y visto así ganamos todos”, dice.
Todos los inmigrantes tienen una historia con un cruce de caminos. El de Puig fue el enfrentamiento entre los paramilitares y la guerrilla colombiana que lo obligó a cambiar de dirección y dejar a medio hacer el primer año de pasantía como médico rural.
Corría 2001, Puig hacía las prácticas de médico principiante en un pueblito de Cundinamarca. Un día lo llamó el alcalde a decirle: “Hay combates entre guerrilleros y paramilitares, en media hora van a recogerte para que vayas al campamento a atender a los heridos”. Puig se negó y pidió que los llevaran al dispensario.

Llamó a su madre, le contó que le demandaban ir a la zona de guerra. “Mijo, coja el carro y se viene a Bogotá ahora mismo”, ese es otro gran consejo que le agradece a su progenitora. Desde entonces su historia, poco a poco, comenzó a darle forma aquí. Vino a estudiar inglés, luego volvió a Colombia a completar la rural y desde allá a homologar su título para trabajar en Estados Unidos.
En 2005 dio el salto definitivo al Jackson Memorial Hospital en Miami, allí hizo pasantías en cardiología, oncología y endocrinología. Esa experiencia le sirve para atender a pacientes con seguro y a los diabéticos sin seguro que envía la clínica comunitaria Culmore.
El doctor de Tappahannock
El año pasado Puig asumió la presidencia de la Medical Society of Northern Virginia. Esta organización, que representa a mil 600 médicos, por primera vez escogió a un latino para ser la voz de los doctores ante los políticos o los seguros médicos.
La experiencia de médico rural en Colombia y en Tappahannok perfeccionó una destreza que en medicina es de vida o muerte, más si no hay suficientes recursos: el ingenio. Esto significa aprender a resolver rápido situaciones de emergencia.
Antes de la pandemia, al consulado de México lo convirtió en su socio y consiguió que envíe periódicamente un consultorio móvil para atender a los trabajadores mexicanos en los aserraderos. Este servicio aún continúa. El consulado colombiano también fue otro de sus aliados durante la emergencia sanitaria.
Tappahannok fue la plaza más cercana a DC que le ofrecieron por ser extranjero. Antes de buscar el pase a un hospital más grande tenía que permanecer allí cinco años, se quedó ocho. Esos eran sus dominios y con el piano se metió a los pacientes en el bolsillo, incluso a los más difíciles.
En ese pueblito la experiencia fue única. Tuvo una paciente de 85 años que quería a toda costa que le diera el alta para tocar el piano en la iglesia.
“Se me ocurrió decirle ‘somos colegas, yo también soy pianista y solo le daré el alta si toca el piano que tenemos en el hospital’. Pidió que le trajeran el mejor vestido y sus partituras. Tocamos a cuatro manos, fue una belleza”, recuerda Puig.
Ese recuerdo se llevó cuando se fue para estar más cerca de McLean donde vive con su esposa, Claudia Ardila, también colombiana y odontóloga quien tiene su práctica privada en Falls Church.

En el hospital de Reston, el bambuco y la música clásica volvieron a colarse en los pasillos. Uno de sus pacientes más adinerados regaló al hospital un Stainway, el “piano perfecto”, por la calidad del sonido. “Está a la entrada -dice Puig- y con ese teclado que cuesta todo el dinero del mundo gané el concurso colombiano de bambuco durante la pandemia”.
Un sueño musical
“Quédese en su casa y nosotros nos quedamos en el hospital”, fue el mensaje junto al piano que envió a los colombianos. Ese video se hizo viral y hasta la vicepresidenta de su país llamó para agradecerle. “A partir de ese momento en lo musical solo han salido cosas buenas. Fundé ColomPiano de la que es parte Ruth Marulanda, mi maestra y la gran abanderada de la música tradicional al piano”.
Puig es un optimista irremediable y para él la música tradicional es una forma de crear oportunidades para “esos pianistas buenísimos y con mucho talento que hay en Latinoamérica” y a los que, a través de ColomPiano, le gustaría verlos tocar cualquier instrumento en hospitales o centros de terapia, porque “la música ayuda en lo motriz y cognitivo”.
Por lo pronto está trabajando para ponerlas en escena a Blanca Uribe, Teresita Gómez, Ruth Marulanda y Helvia Mendoza, las pianistas de música tradicional más veneradas en escenarios de Bogotá, Cali y Medellín y de ser posible traerlas para el Mes de la Herencia Hispana. ¿El inconveniente?: todas son mayores de 80 años. Mientras madura estas ideas, el tiempo que le queda libre lo disfruta con su esposa, él tocando el piano y ella el órgano y el acordeón.