En las primeras horas antes del amanecer del 10 de marzo de 2023, Mirnogrado, un pueblo del este de Ucrania, fue testigo de los efectos del último ataque militar Ruso, en el que resultaron heridos al menos 11 civiles.
El ataque afectó a un amplio espectro demográfico, desde un adolescente de 16 años hasta un anciano de 95, dañando 17 complejos de apartamentos.
Las secuelas pintaron un panorama sombrío; edificios que una vez fueron testimonio de la arquitectura soviética yacían ahora estropeados, con sus alrededores sembrados de escombros y vehículos dañados.
En un principio se sospechó del uso de misiles S-300, pero investigaciones posteriores apuntaron hacia el despliegue de tres bombas aéreas UMPB D-30SN.
Estas bombas, notables por su capacidad de planeo y su propulsión mejorada, marcan una evolución significativa de las antiguas bombas FAB a KAB, planteando un formidable desafío a la defensa de Ucrania contra los asaltos aéreos.
Además de los bombardeos, Ucrania tuvo que defenderse de las incursiones aéreas de drones Shahed de fabricación iraní operados por Rusia.
Demostración de resistencia ante el ataque ruso
Las Fuerzas Aéreas ucranianas demostraron su capacidad de resistencia neutralizando 35 drones en diez regiones, incluida la capital, Kiev, y otros lugares del centro y del sur.
Las repercusiones del conflicto se extendieron a Rusia, ya que Moscú denunció un ataque ucraniano con drones contra el pueblo de Kulbaki, que causó daños civiles y materiales.
Otro incidente consistió en el impacto de un avión no tripulado contra un depósito de petróleo en Kursk.
A pesar de estas hostilidades en curso, el Ministerio de Defensa ruso informó de avances en lugares estratégicos como Kúpiansk, Donetsk y Avdivka.
Estos acontecimientos se producen en medio de lo que se describe como una contraofensiva ucraniana vacilante y un descenso percibido del apoyo occidental a Ucrania.