Abel Olivo llegó a Washington DC ligero de antecedentes en las altas esferas del Capitolio. Lo que sí trajo era el coste de una herencia ancestral que, pese a ser la cuarta generación de nacer y crecer en este país, él y su familia seguían y siguen pagando el peaje por ser mestizos, inmigrantes y latinos.
Olivo, cofundador y director ejecutivo de los Defensores de la Cuenca, estuvo 12 años recorriendo los pasillos del Capitolio intercediendo (haciendo lobby) por fondos para grandes proyectos de las municipalidades en sur de California.
“Era un mundo muy blanco, allí descubrí que el sistema no está hecho para nosotros. En lo personal me gustó hacer ese trabajo, pero algo me decía que esto no era para mí”. Más tarde se reencontró con el gran amor de su infancia: la naturaleza y sus bichitos, mariposas y pajaritos. Esos fueron los comienzos de los Defensores de la Cuenca.
La organización vio la luz hace cuatro años, en medio de la pandemia. ¿Su misión?: compartir experiencias y oportunidades en el mundillo de la defensa ambiental en el que, erróneamente, se cree que los latinos no están ni se los espera”.
Se bautizaron como Defensores de la Cuenca porque es en la inmensa la bahía de Chesapeake, extendida en seis estados (Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Delaware, Virginia y el Distrito de Columbia), vive un alto porcentaje de población latina y no siempre en condiciones ambientales ideales.
Abel Olivo nació en Texas en un hogar de trabajadores agrícolas quienes en tiempos de siembras y cosechas viajaban a Ohio en busca de trabajo. En esas granjas germinó su fascinación por la naturaleza, la cual en su adultez se ha transfigurado en compromiso. Los Defensores de la Cuenca lograron dos millones de dólares del gobierno federal para recuperar el verdor, sembrando cinco mil árboles nativos en los barrios de Maryland y DC donde se concentra la comunidad latina.
“Vengo de una familia numerosa, tengo 170 primos y pese a ser hijos de cuarta generación de inmigrantes nacidos aquí y con el inglés más que superado, solo el tres por ciento nos graduamos del colegio y apenas 11 tenemos títulos universitarios”.
Hace énfasis en su testimonio familiar para reforzar una realidad que cree impacta a millones de latinos y que no ha cambiado: “Somos ciudadanos desde hace mucho tiempo, pero eso no se tradujo en oportunidades educativas, laborales y financieras que dejen aflorar nuestras capacidades. Hemos sido relegados de los empleos bien pagados, para mucha de mi gente solo están disponibles los trabajos más duros y mal pagados. Así es como está hecho el sistema y esas circunstancias dejaron huellas en mi vida y son las mismas que siguen afectando a millones de latinos”.

En Ohio, el niño Olivo aprendió que hablar español no era bien visto. Al llegar a DC y ver a tantos latinos su sentido de pertenencia despertó de un largo sueño. “Tengo que aprender español”, se dijo. Lo ha conseguido, habla con un acento e hilvana sus diálogos sin auxilio del Spanglish.
Con el plato lleno de preocupaciones
Tomar agua limpia, respirar aire puro o ver árboles frondosos desde las ventanas del hogar debería ser un derecho humano. Los parques estatales y sus atractivos también deberían ser para los latinos; no es que estos espacios estén prohibidos, pero hay barreras invisibles que mantienen a los inmigrantes a distancia.
A Olivo le gusta hacer la comparación del plato lleno para explicar el por qué los latinos parece que son solo espectadores en el desfile de las grandes decisiones. “No estamos presentes porque muchos todavía estamos procesando el hecho de estar aquí. Nuestra cabeza está ocupada en el trabajo, la renta y la comida. Esas prioridades llenan el plato y no queda espacio para participar en la limpieza de las aguas de los ríos o mejorar los espacios verdes”.
La idea central de los Defensores de la Cuenca es que si los latinos ya se acercaron y aprendieron que tienen derecho a un ambiente saludable, regresen para educarse en las posibilidades laborales más allá de acicalar el césped de otros. “Nuestra misión -dice Olivo- es concientizar sobre la necesidad de proteger la naturaleza y lo hacemos sin presión. Les digo que sería genial que retornen, pero si no lo hacen entendemos bien que tienen el plato lleno de falta de tiempo y oportunidades”.
Amo de casa y niñero
Olivo tiene un currículum poco usual para un descendiente de mexicanos. Estudió ciencias políticas en The Ohio State University, hizo un mapeo de las aguas de los ríos de Maryland y de las cotas donde pueden crecer los árboles. Durante el desarrollo de esos proyectos notó que muchas organizaciones estaban trabajando por un ambiente más sano y limpio pero los latinos estaban ausentes.
También fue niñero y amo de casa. “Dejé de forcejear por fondos para el sur de California y me fui a cuidar del hogar y de mi hijo de cuatro años. Resultó ser un trabajo duro, duro, duro, raro y solitario, porque soy latino, hombre y no había otros como yo, pero estaba feliz”.
Llegó el día en el que pequeño Nataniel se fue a la escuela y Olivo pensó que “sería fantástico encontrar un trabajo que conecte a la naturaleza con mi comunidad, mi cultura y que lo hagamos conservando lo que somos”. De eso hace cuatro años.
Para celebrar el aniversario, el 13 de julio, en Sandy State Park, cerca de Annapolis, habrá una fiesta con carne asada, música, kayak, construcción de arrecifes artificiales y playa.
Un sueño: formar alianzas
“Si queremos que participen sin preocuparse de la renta y de la comida necesitamos una estrategia que contemple educación ambiental, social y salarial” dice Olivo. Esa idea resultó revolucionaria y atractiva y los embajadores de la siembra de árboles ganarán un total de seis mil dólares mientras dure el programa.
“Hay organizaciones que llevan 30 o 40 años trabajando con los latinos y nos gustaría aliarnos con ellos”, es la aspiración de Olivo, a quien algún día le gustaría decir: “he cumplido, esto ya es de la comunidad y que el viaje continúe con las mismas ganas”.
Por ahora, el nuevo chico del barrio en el ambiente de las organizaciones que protegen la naturaleza está, según sus padres Eluterio e Isabel, muy ocupado sembrando árboles para “los mexicanos”. No todo en Olivo son hojas, ramas y troncos, también es activismo: “siempre estoy luchando por ganar un puesto en la mesa de las decisiones, aunque no pocas veces creo que tal vez será más fácil crear nuestra propia mesa en vez de suplicar que nos dejen entrar”.