El flamenco es mundial. Si a esta fusión cultural gitana, árabe judía y cristiana, nacida y macerada en el sur de España, se inyecta la pasión, las emociones y la cadencia caribeña de Estela Vélez de Paredez, el cante jondo adquiere la estatura de arte con identidad latina en Washington DC y el área metropolitana.
Desde muy niña Vélez fue abducida por la música. Todo ritmo que llegaba a sus oídos se transformaba en movimiento. Hasta que la profesora de ballet sugirió llevarla a una audición al ballet de San Juan, porque la quinceañera tenía mucho talento.
“Mi hija no se dedicará al baile, ella irá a la universidad”, sentenció Carmen Morales, su madre. La tomó del brazo y le quitó el ballet y cualquier baile de cuajo, felizmente no para siempre. En los tiempos de la universidad, los ritmos volvieron apoderarse de su ser con frenesí y desde entonces ni ellos ni ella se abandonaron.
Vélez es juez federal de derecho administrativo en el día y bailaora de flamenco en la noche. A la vez es fundadora y directora de Furia Flamenca Dance Company. No sin muchas dificultades y lágrimas ha logrado compaginar a la ley con los escenarios como Kennedy Center, los palcos de los festivales o los patios de las escuelas. Lo que cuenta es que se conozca un “baile que -como el jazz- nació de la gente y en la calle para expresar sus emociones, sus grandes alegrías y sus sufrimientos también”, señaló Vélez.
Los músicos y los bailarines de Furia Flamenca Dance Company son alquimistas. Mezclan un poquito del canto original, con la guitarra occidental, lo engalanan con el vestuario con flequillos, mantón y castañuelas y zapatos de 300 dólares o más. No olvidan sumar sensibilidades caribeñas, mexicanas, argentinas, centroamericanas o japonesas y con eso crean un espectáculo que es oro puro.
Estela Vélez de Paredez es la directora artística de este hechizo de ritmos, movimientos de vientre, manos, brazos y zapateos. Ese encantamiento no lo heredó de nadie ni se propuso ir en busca del flamenco, más bien fue lo contrario.

“Quería ser prima ballerina”, contó Vélez y terminó siendo oficial del de la marina de Estados Unidos (Navy) y abogada en Washington DC, pero se aburría y mucho. “Aquí hay una escuela de flamenco, anímate y ven a las clases”, le propuso una amiga. Tanto era su entusiasmo que tomó clases de todo baile, pero como siempre dice “el flamenco me encontró y ya no me dejó ir”.
Puerto Rico, por haber pertenecido a España hasta principios del siglo XX, no era ajeno a estos ritmos. El flamenco en el escenario no tiene límites, es un ritmo con mucha personalidad y los latinos somos muy grandes en personalidad, celebramos y sufrimos a toda capacidad como en el flamenco”, asegura.
Entre el derecho y el flamenco
Para quienes creen que el derecho y el cante jondo nada tienen que ver, ella tiene una respuesta: “Son similares, en mi primera época como abogada me presentaba ante un juez y defendía un caso; un juicio es como una actuación, coges las evidencias, ordenas una historia y la cuentas a veces de forma dramática ante un jurado, eso es puro teatro y creatividad. El flamenco es lo mismo un espectáculo cargado de emociones y drama, así que las similitudes son increíbles sobre todo si estamos en una corte”.
Con ese conjunto de polifonías aprendidas, la invitaron a ser maestra de flamenco en la compañía que estudiaba. Los “te prohíbo” de su madre entraron por un oído y salieron por el otro, ya era profesional y sabía que podía bregar entre cortes y escenarios. Corría el año 2002.
“Cada vez que miro hacia atrás siento que alguien más poderoso que yo me ha llevado hasta aquí”, con el empuje de varios mentores, entre ellos el maestro Torcuato Zamora quien, al igual que Vélez, es toda una institución del flamenco en DC.
¿Y qué es el aquí?: seguir perfeccionando el flamenco, educando al público en un género rítmico que ya es mundial y a la vez periférico y muchas veces mal entendido. Continuar como maestra de flamenco de niños y adultos venidos de todo el planeta; seguir bailando sola, con los 15 bailarines de su grupo y con su esposo, Daniel Paredez, un bailaor consumado nacido en Texas y de origen mexicano.
En su agenda consta el asistir al teatro y a los musicales de Washington DC y Nueva York; volver a ver al gran bailaor David Coria y a Mercedes Amaya (la Winy), la única que a Vélez la ha hecho temblar solo con el movimiento de sus brazos. Pasear a sus tres hijos peludos: Armani, Valentino y Mishka; y, por supuesto acudir al coro de la iglesia.

Haciendo escuela al bailar
En 2003 fue a trabajar en el departamento legal de la Oficina Federal de Veteranos, a la par comenzó a dar clases en City Dance Center y la bola de nieve del flamenco no hizo más que crecer en DC y Virginia. Allí están los orígenes de Furia Flamenca, una fusión de los cantes de ida y vuelta; los españoles traían ritmos y se llevaban otros como la guajira cubana. “El flamenco es un poquito del todo el mundo y se junta de manera muy bonita. ¡Qué bien nos iría a todos si conviviéramos en armonía como los ritmos del flamenco!”, es un deseo que lanza al aire.
“No quería que mi nombre apareciera en la compañía. Buscábamos algo que capturara los sentimientos y emociones, en un momento en que la comunidad no nos dio la bienvenida de primera, así que estábamos furiosos y nos propusimos ir a por todas. De allí nace el nombre”. comenta Vélez.
No todo es bailar. Esa vestimenta tan única, con mantones, telas y zapatos originales es una tarea laboriosa que a la misma Vélez la sienta tras una máquina de coser. El calzado muchas veces se manda a traer de España.
Hasta su madre, la más tenaz opositora de la pasión de su hija, ha ido cediendo y cuando viene a visitarla también entra al club de corte y confección para darle forma a esa indumentaria.
“Soy detallista, si voy a presentar una obra hago lo que me enseñó la mejor autoridad en flamenco que vive en Puerto Rico, Antonio Santaella. Con él era como estar en Andalucía, cada presentación era una obra de teatro, hay que ser meticulosa y con los años he desarrollado buen ojo para saber lo que nos puede servir. Si hasta he comprado en H&M y para adaptarla a nuestras necesidades. Somos 14 y 15 bailarines y el presupuesto sería enorme, hay que ser ingenioso para vestir a mis chicas como si fuéramos una gran compañía de danza”.