Si es por la época en la que nacieron y por sus orígenes de niños de clase trabajadora, Jay Haddock y Héctor Torres, como la inmensa mayoría de chicos boricuas, nacidos en la isla o en Nueva York, solo estaban destinados a ser peones en el juego de ajedrez. Contra todo pronóstico, ellos se hicieron a sí mismos, derribaron murallas mentales y sociales y le dieron un jaque mate al juego de la vida.
Torres y Haddock han sido y son un equipo y el perfecto complemento en los negocios, en su vida personal y en su lucha por las causas latinas, antes en favor de la comunidad LGBTQ hispana afectada por la falta de medicinas y programas contra el VIH-Sida y hoy en educación y cultura.
Estos dos hombres muy exitosos en el negocio de la hostelería en DC, desde que se conocieron cuando apenas alcanzaban los 17 años, no solo emparejaron sus destinos para siempre, también acoplaron sus compromisos con la comunidad, edificaron un retiro financieramente saludable y han convertido a su imagen y sus nombres en sinónimos de compromiso social, todo esto sin abandonar esa esencia que les hace decir y sentir que son ciento por ciento latinos y boricuas a mucho orgullo.
Hace 45 años hicieron de Washington DC su casa y es aquí donde siguen siendo, ad honorem, miembros de las juntas directivas del Kennedy Center o el Teatro Gala, al tiempo que golpean puertas a nombre de la Escuela Carlos Rosario.
Jay Haddock se quedó huérfano de padre a los cinco años y es el ejemplo del empresario que nació en Puerto Rico, creció en el Bronx y construyó su mundo desde abajo. El hijo de María Antonia Ortiz Solá, viuda y obrera de una factoría, paseó por las mismas aceras que pisaron Sonia Sotomayor y Jennifer López.
Héctor Torres tampoco tiene unos orígenes tan distintos. Su padre, Aurelio Torres, era un marino mercante y su madre, Carmen Ana Collazo, una ama de casa. Nació en Brooklyn y creció en el East Village de Manhattan. A los 13 años se fue a vivir a la isla en casa de su abuela y se sintió como Alicia en El País de las Maravillas. “Fue una época de asombros, era tan distinto a lo que estaba acostumbrado, allí supe lo que es ser puertorriqueño”, recuerda Torres.
Pese a que sus órbitas no estaban tan distantes, no se conocieron en su infancia. “Estábamos predestinados a encontrarnos a los 17, desde entonces estamos juntos”, cuenta Torres y Haddock completa la frase: “Hace 11 años nos casamos, cuando la ley lo permitió, pronto cumpliremos 55 años caminando juntos”.


Para suerte de la industria de la hostelería en casa de los Haddock no había lo suficiente para que el joven estudiara medicina y tuvo que emplearse como recepcionista en un hotel de Manhattan. Torres, en cambio, quería ser abogado, médico, maestro y artista. “En el East Village vivían varios pintores, con siete años me metía en sus estudios y me dejaban dibujar en una esquina, esa era mi pasión”.
Un matrimonio en la hostelería
Para Haddock trabajar en hoteles de lujo en Nueva York era como estar en un paseo de la fama. La experiencia de conocer a Michael Jackson, a estrellas de cine y deportistas cambió su idea de ser médico por una que parecía más interesante. Aunque el horario era agotador, logró estudiar en St. John’s University.
En su ascenso otro hotel de cinco estrellas estaba esperándolo, este con reyes, reinas y presidentes como huéspedes, pero fue en DC donde su trabajo lo puso frente al frente con Richard Nixon o Bill Clinton y con Salvador Dalí, el genio del surrealismo.
Torres, quien nunca ha dejado de ser artista, menciona a Picasso y Paul Klee entre sus favoritos. Haddock se sorprende que no mencione a Dalí. Un día Héctor me pidió que le presentara a Dalí. Le pregunté al artista si podía hacerme ese favor, me dijo: ‘tráelo a las cinco’. Tengo en las paredes de mi casa obras que Dalí nos regaló”, cuenta Haddock.
Los dos eran invitados a las recepciones de Dalí y de otros artistas. “Llegábamos como si fuéramos millonarios, tomábamos champagne y no comprábamos ninguna obra” esto lo recuerdan entre risas de picardía.
En 1978, el grupo Sheraton le ofreció a Haddock la gerencia de un hotel en DC. Aquí conoció al inversionista Conrad Cafritz, juntos crearon la compañía Potomac Hotel Group y desde allí solo el cielo fue el límite. Hoteles como St. Gregory, The Beacon y St. James Suites son algunas propiedades que vieron la luz al mando de Haddock.
Torres trajo de Nueva York un título en educación de St. John University y su experiencia como director de regional de ventas de Grand Heritage Hotels también trabajó para Potomac Hotel Group; y, junto a Haddock y otro socio, crearon Capital Hotel Group, la vendieron en 2018.
Entre la filantropía y la familia
Los dos siempre compaginaron sus trabajos y las instalaciones de los hoteles al servicio de la comunidad hispana. Concibieron la propuesta Art for life (arte por la vida) para ayudar a la población hispana LGBTQ afectada por el VIH-Sida. En 10 años recaudaron más de un millón de dólares.
La Clínica del Pueblo, Mary’s Center, Events DC, Teatro GALA, la Escuela Carlos Rosario e Identity son algunas instituciones beneficiadas de ese compromiso incondicional, que les ha merecido muchos reconocimientos.
Su apoyo a los latinos ha sido con plata y persona, con otro valor agregado: el respeto bien ganado, que les facilita golpear puertas a más alto nivel a nombre de las causas que más atesoran.
Ahora que están retirados, cuando no están en DC disfrutando de grandes amigos se van a su casa de Delaware, Torres la pasa pintando, sembrando o cosechando tomates y a eso él llama “sus momentos de egoísmo”; Haddock no se mete en el huerto, lo suyo es hacer llamadas a nombre de la Escuela Carlos Rosario.
“Puedo llegar a ser como dolor de muela, pero hay que hacerlo, porque siendo jóvenes aguantamos racismo y rechazo por ser gays y latinos”, recuerda Haddock. “Creían que éramos un cáncer y no nos daban el respeto ni la oportunidad de vivir sin miedos. El recorrido ha sido doloroso”, apunta Torres. En ese viaje sus familias, en especial sus madres, han sido el hombro donde arrimarse y su inspiración. Ambos les dan las gracias a ellas.
Los dos coinciden en que ser puertorriqueños es una bendición que otros no la tienen y esa oportunidad quieren exprimirla para bien de quienes más necesitan. Hay una realidad que no va a cambiar “somos parte de esta nación, aquí estamos y no nos vamos a ir”, dice Haddock y Torres asiente con su cabeza.