La industria del gaming está experimentando una crisis existencial (y de costos). Los números son claros: las ventas de hardware de Xbox se desplomaron un 42% este trimestre, profundizando la caída del 31% del período anterior. PlayStation y Nintendo también reportan caídas de dos dígitos, con PS5 vendiendo 2.4 millones de unidades, un 27% menos que el año pasado.
El modelo es too old school. Microsoft pierde entre $100 y $200 por cada Xbox vendido, apostando a recuperar con servicios como Game Pass y juegos. Pero el panorama es más complejo: una Xbox Series X cuesta $479, una inversión considerable en tiempos de inflación.
Los patrones de consumo también están cambiando - las descargas en PlayStation Plus muestran que la mayoría de usuarios prefiere versiones compatibles con hardware antiguo en lugar de actualizar a PS5.
La próxima generación podría no existir. Peter Moore, exjefe de Xbox, reveló que desde 2007 Microsoft debatía internamente si cada generación sería la última. Y no es para menos: entre smartphones cada vez más potentes capaces de correr juegos AAA, servicios de streaming que permiten jugar en cualquier pantalla, y el crecimiento explosivo del gaming móvil, la idea de una consola fija conectada al televisor parece cada vez más lejana y de aquellos buenos tiempos retro.
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