Cuatro años después de la derrota electoral que abrió una grieta a la democracia estadounidense, estamos aquí, nuevamente, con más incertidumbre que certeza sobre lo que pasará. ¿Nos podemos culpar? Claro que no. A veces, la política estadounidense se supera a sí misma en lo absurdo y la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca representa el regreso más notable (político o no) en la historia de este país.
Trump llega fuerte, arrasador y con mucho más poder (y experiencia) que en su primer mandato. ¿Ha aprendido de sus errores pasados? Probablemente, pero en su propio estilo: sin verdaderas autocríticas, pero con más determinación.
Un Congreso más republicano que nunca, ¿y ahora qué?
Si algo se puede asegurar es que Trump no llega a la Casa Blanca de nuevo como un hombre “vulnerable”. Su primer mandato, aunque lleno de caos y polémica, lo dejó con una base de seguidores más sólida que nunca.
Ahora, con el control total del Congreso, Trump tiene una oportunidad que no tenía en su primer mandato: gobernar sin frenos, sin necesidad de pactos, y, lo más importante, sin el riesgo de tener que rendir cuentas a un Congreso dividido.
En 2016, Trump llegó a la presidencia con un partido republicano que lo aceptó, pero no lo adoraba. De hecho, muchos lo veían como una especie de desastre que se coló en la Casa Blanca.
Pero, el panorama cambia. Con una mayoría absoluta en el Congreso que lo respalda completamente, Trump no tiene excusas. ¿Qué significa esto? Que sus decisiones ya no tendrán que pasar por el filtro de aquellos que lo critican, como los “republicanos moderados” que, en su primer mandato, eran un dolor de cabeza para sus aspiraciones.
No, ahora, con la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes, Trump podrá implementar su agenda sin la menor preocupación por la oposición dentro de su propio partido.
Pero, claro, no todo será un camino de rosas. Aunque tenga el control, sigue siendo Trump: el hombre que antepone su ego a cualquier otra consideración. Esto puede traducirse en más confrontación con los demócratas y, por supuesto, más caos en los pasillos del Capitolio. Porque, como bien sabemos, en Washington, la política no se trata solo de ganar, sino de dejar claro que se ha ganado de forma ruidosa y sin miramientos.
Lecciones de un primer mandato accidentado: ¿aprendió algo o solo mejoró la receta?
Si algo ha caracterizado a Trump en su carrera política es la sensación de que no tiene mucho interés en aprender de sus errores.
El primer mandato fue una serie de tropiezos, escándalos y una notable incapacidad para gestionar de manera efectiva su administración. Pero ajá, este Trump 2.0 parece más determinado a no repetir ciertas lecciones del pasado (o eso dio a entender).
En su primer mandato, Trump cometió el error de perder demasiado tiempo en temas secundarios. Empezó con una gran promesa en inmigración, pero se dejó atrapar por las luchas internas del gobierno y las constantes disputas con los medios.
Al final, gran parte de su agenda pasó a un segundo plano, mientras que la inmigración quedó relegada a un tema marginal debido a la falta de acción real y la incapacidad de liderar desde el principio.
Con un Congreso que está dispuesto a seguir su dirección sin hacer preguntas (aunque no te creas, también tendrá desafíos gracias a la estrecha mayoría) Trump podría estar listo para abordar su tema más querido: la inmigración. Sin distracciones, sin excusas.
Con el control de ambas cámaras, su retórica dura sobre las fronteras cerradas y el endurecimiento de las políticas migratorias podría finalmente pasar de las palabras a las acciones. Si bien sus opositores verán esto como una amenaza, su base lo celebrará como el cumplimiento de una de sus promesas más ardientes.
Y hablando de lecciones, parece que Trump también ha aprendido a rodearse de leales incondicionales. A lo largo de su primer mandato, cometió el error de confiar en figuras que, aunque le eran útiles, no compartían su visión de gobernanza a largo plazo.
Las figuras que lo rodearán estarán más alineadas con sus intereses y con su forma de gobernar, lo que, en teoría, le dará una ventaja en la implementación de su agenda.
Agenda radical, sin frenos
Si algo es seguro es que Trump no regresará para jugar a la política suave. Este será un segundo mandato sin piedad, sin concesiones. Y, con un Congreso que lo apoya, Trump tendrá la libertad de actuar rápidamente en una serie de temas que ya no estarán sujetos a la demora de los debates legislativos. La inmigración será probablemente la primera prioridad, pero no la única.
Una de las promesas más fuertes de Trump en 2016 fue la de una reforma judicial profunda, y ahora, con el control del Senado, puede cumplirla. Seleccionar jueces que compartan su visión conservadora y que estén dispuestos a invalidar precedentes que no le gusten será una de sus principales batallas.
No es descabellado pensar que Trump usará su segundo mandato para reconfigurar el poder judicial de una manera que favorezca sus intereses y los de su base. Adiós a los "compromisos" judiciales, y hola a un sistema de tribunales completamente alineado con su visión.
Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de su agenda económica. Trump 2.0 buscará asegurar más ventajas comerciales para Estados Unidos, seguir golpeando a China y crear políticas que favorezcan el crecimiento económico, todo bajo la premisa de "América Primero".
En su primer mandato, las promesas de una gran reforma fiscal se diluyeron, pero con el Congreso a su favor, esta vez las reformas económicas podrían ser el pilar de su administración.
¿Una tormenta política se avecina?
Trump 2.0 no es un regreso normal. Con el control total del Congreso y una administración más enfocada en sus propios intereses, el segundo mandato de Trump promete ser aún más impredecible y radical que el primero.
La pregunta que queda es: ¿será capaz de gobernar sin volverse a enredar en sus propios errores, o simplemente será una repetición aún más caótica de su primer mandato? Solo el tiempo lo dirá, pero una cosa es segura: el caos nunca estuvo tan cerca de ser ordenado.