La relación entre los colores rosado y azul con los géneros femenino y masculino tiene raíces culturales, históricas y sociales que se han desarrollado a lo largo del tiempo, aunque no siempre fueron tan evidentes.
El hecho de que hoy se asocie el color rosado con lo femenino y el azul con lo masculino es el resultado de un proceso de construcción social que comenzó a tomar fuerza en los siglos XIX y XX.
Lo qué ha pasado con los colores y la connotación de género
En el pasado, los colores no tenían una connotación de género tan marcada. De hecho, en el siglo XVIII y principios del XIX, tanto el rosado como el azul se consideraban colores adecuados para los niños y las niñas.
El rosado, por ejemplo, se veía como una versión más suave del rojo, que representaba la fuerza y la virilidad, por lo que se asociaba con la energía y la vitalidad.
El azul, por su parte, se consideraba un color neutro que se podía usar tanto por hombres como por mujeres. Esto era parte de una concepción menos rígida de los géneros en cuanto a la vestimenta y los colores.
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XIX, comenzó a consolidarse una diferenciación más clara entre lo masculino y lo femenino, impulsada en parte por la industrialización, los cambios sociales y el auge de las normas de género.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, las marcas de ropa y los comerciantes comenzaron a segmentar sus productos para apelar a las nuevas normas sociales. Fue durante esta época cuando las convenciones sobre los colores comenzaron a cambiar.
En la década de 1910, algunos estudios de moda empezaron a sugerir que el rosado era un color más adecuado para las niñas por su asociación con la delicadeza, la suavidad y la ternura, características consideradas tradicionalmente femeninas.
El azul, por el contrario, se vio como un color que representaba la serenidad, la autoridad y la firmeza, lo que lo asociaba con las características tradicionalmente masculinas. Esta distinción no fue universal, pero fue ganando terreno con el tiempo.
En la historia más reciente
A lo largo del siglo XX, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, la idea de asociar el rosado con lo femenino y el azul con lo masculino se consolidó de manera más clara en la cultura popular.
En esta época, los roles de género comenzaron a volverse más rígidos, y los niños y niñas eran criados bajo normas que dictaban comportamientos, actitudes y, por supuesto, colores específicos para cada sexo. El auge de la publicidad, la industria textil y la moda infantil contribuyó a reforzar estos estereotipos.
Es importante destacar que la relación entre los colores y el género no es algo biológico ni inherente. Es el resultado de procesos sociales y culturales que varían a lo largo de la historia y entre diferentes culturas.
Por ejemplo, en algunas sociedades, los colores asociados al género son diferentes. En algunas culturas, el color amarillo o el verde pueden tener una connotación más fuerte de feminidad o masculinidad que el rosado y el azul.