El mundo está girando hacia la incertidumbre, y la derecha global parece encantada con el vértigo. La CPAC dejó claro que Trump sigue siendo el faro de esta nueva ola conservadora, en la que figuras de todo el mundo se alinean para desafiar el orden liberal.
Desde el fetichismo por la motosierra de Milei hasta las conspiraciones sobre la “élite globalista”, el evento sirvió como una vitrina de cómo la radicalización se ha convertido en una estrategia política rentable.
En Alemania, la CDU de Friedrich Merz intenta capitalizar la crisis para recuperar el poder, mientras la AfD, con su discurso incendiario, demuestra que el caos no solo moviliza votantes, sino que también reconfigura gobiernos.
Populismo con merchandising. El conservadurismo dejó atrás las viejas fórmulas de la moderación y ahora apuesta por la espectacularización.
No es casualidad que Elon Musk, un magnate convertido en ícono del "anti-woke", reciba ovaciones en la CPAC mientras en Alemania la extrema derecha se afianza con discursos cada vez más radicales.
La política se ha convertido en un espectáculo donde los símbolos pesan más que las propuestas, y donde gestos como la entrega de una motosierra o un saludo sospechoso pueden definir titulares e incluso estrategias electorales.
El negocio del caos. Si algo une a la nueva derecha global es su capacidad para convertir la crisis en oportunidad. Trump, Milei, la AfD y otros actores han entendido que la polarización es una herramienta de poder y que la incertidumbre, lejos de ser un obstáculo, es un combustible para su narrativa.
En Alemania, el miedo al colapso lleva a los votantes a refugiarse en opciones extremas, mientras en EEUU y América Latina el discurso de la destrucción del sistema sigue ganando adeptos. La única certeza es que, para muchos, el caos ya no es un problema, sino un modelo de negocio.