La detención de Mahmoud Khalil, graduado de Columbia y activista propalestino, junto con las investigaciones federales a 60 universidades por presunto antisemitismo, iniciaron el debate –por no decir que revelaron– sobre una escalada en la represión de la libertad de expresión en los campus del país.
El arresto de Khalil, justificado con la revocación de su green card, aunque discutible, parece una represalia directa por su activismo. Pero lo que nadie puede negar es que estas investigaciones generan un clima de temor y censura que amenaza el debate académico.
Doble rasero y represión. Busques donde busques, siempre encontrarás abogados que cuestionen la legitimidad del proceso contra Khalil, en parte, por una realidad tan palpable como las estrellas de la bandera: solo un juez de inmigración puede revocar su estatus migratorio.
Además, su traslado a un centro de detención remoto que dificulta su defensa legal, tampoco ayuda a quienes defienden la medida. Al mismo tiempo, las investigaciones por antisemitismo que muchos ven como arma política, están creando un ambiente hostil para los que critican las políticas israelíes. Este doble rasero silencia voces y limita el diálogo necesario en espacios que deberían fomentar el pensamiento crítico.
No y no. Ayer, mientras un juez federal bloqueaba la deportación del activista, cientos de manifestantes se reunieron en New York para denunciar el uso de la ley de inmigración como herramienta de represión política. Y no son los únicos: organizaciones de derechos civiles también advierten sobre el peligroso precedente que establece este caso.
Quizás lo correcto es simplemente encontrarse a mitad del camino como la periodista Charlotte Alter: “No me gustaron las tácticas de los manifestantes de Columbia. Pero que las autoridades federales arresten a personas por expresiones políticas es una gran red line, independientemente de lo que pienses sobre las protestas en sí”.
