La victoria del documental No Other Land en los premios Oscar debió haber sido un momento histórico, una oportunidad única para celebrar la colaboración entre el cine palestino y el cine israelí. Sin embargo, no todos lo vieron así. La recepción del filme se convirtió en un microcosmos del mismo conflicto que intenta retratar. La ministra israelí de Cultura calificó el triunfo en los premios Oscar como «un momento triste para el mundo del cine».
No Other Land documenta la destrucción causada por el conflicto y se centra en una tierra devastada, en la que queda reflejada una lucha profunda a través de la amistad y cooperación de dos de los cuatro cineastas, uno palestino y otro israelí. La obra, una colaboración conjunta, fue celebrada inicialmente por sus logros narrativos y emocionales, obteniendo reconocimiento desde temprano: ganó el premio al mejor documental en el Festival de Berlín en 2024 (Berlinale Documentary Film Award).
Pero el éxito trajo consigo una reacción negativa. Desde el escenario de los premios en Berlín, el cineasta palestino Basel Adra hizo un llamado para que Alemania deje de exportar armas a Israel. Su compañero israelí judío, Yuval Abraham, explicó luego que, al regresar a casa, volverían a realidades desiguales. El éxito compartido en Europa no cambiaría las condiciones desiguales que enfrentarían nuevamente en su tierra: vidas separadas por barreras físicas y sociales.
Al regresar a casa, la situación empeoró para Abraham. Una multitud rodeó la vivienda de su familia; hubo amenazas y tensión inmediata. Aunque el peligro inicial eventualmente se calmó, aún hoy la película no tiene un acuerdo de distribución ni una plataforma de streaming asegurada en los Estados Unidos.
En los Premios Oscar, los cineastas no dijeron nada más radical que lo expresado en Berlín. “No Other Land refleja la cruda realidad que hemos estado soportando durante décadas”, dijo el Sr. Adra a la audiencia. El Sr. Abraham añadió: “Vivimos bajo un régimen en el que yo tengo libertad bajo leyes civiles, mientras que Basel está sometido a leyes militares… ¿Acaso no ven que estamos entrelazados?”.
Era evidente que no todos compartían nuestra emoción al ver a los cuatro cineastas —dos palestinos y dos israelíes— sosteniendo juntos sus estatuillas doradas, tras haber ganado el Óscar otorgado al mejor documental. Al obtener el premio, El equipo palestino-israelí parecía desafiar la lógica dominante en la región de que el beneficio de unos implica necesariamente la pérdida de otros.
Al día siguiente de los Oscar, el ministro de Cultura de Israel, Miki Zohar, envió una carta a instituciones culturales y cines financiados con fondos públicos israelíes. En ella, criticó abiertamente el triunfo de No Other Land y pidió restringir la distribución de la película. Para Zohar, esta victoria representaba un desafío a las narrativas nacionales y escribió que el apoyo a esta obra era problemático por considerarla contraria a los intereses del Estado de Israel. Además, aprovechó para promover políticas que limiten el financiamiento público únicamente a proyectos cinematográficos y televisivos que no sean percibidos como antiisraelíes.
Pero la película no había recibido ni un solo shekel (moneda de Israel) de financiación pública. Su éxito, a pesar de la hostilidad del gobierno israelí, evidencia un sistema que busca cada vez más silenciar las voces disidentes en lugar de dialogar con ellas.
Este patrón se ha vuelto tristemente familiar en Israel: un funcionario del gobierno expresa indignación y, en cuestión de horas, todo un ecosistema de grupos extremistas, influencers ultranacionalistas y canales anónimos de Telegram se moviliza para amplificar esa indignación. Pronto, las redes sociales se ven inundadas por mensajes incendiarios.
En un país donde la incitación tiene un historial sangriento, esto no debería considerarse una simple cuestión retórica. También podría interpretarse como un llamado a la acción, un inquietante recordatorio de que, en Israel, contar la verdad puede significar poner en peligro la propia vida.
Sin embargo, el éxito trajo críticas desde distintos frentes. El 5 de marzo, la Campaña Palestina por el Boicot Académico y Cultural a Israel emitió un comunicado criticando el documental No Other Land, aunque evitó pedir un boicot explícito. La campaña expresó una serie de preocupaciones, incluyendo que los realizadores no condenaron con suficiente fuerza las acciones de Israel durante la actual guerra en Gaza, así como el apoyo recibido para la producción por parte de una organización que, según afirma la campaña, favorece intereses israelíes.
La campaña detalló una lista de inquietudes, recriminando especialmente a los cineastas por no denunciar suficientemente la conducta israelí en la actual guerra en Gaza, y por la ayuda recibida de una organización que, según ellos, beneficia intereses israelíes. Aun así, el grupo se abstuvo de pedir formalmente un boicot. Uno de los directores, Basel Adra, proviene del pueblo palestino de A-Tuwani, uno de los más vulnerables en Cisjordania, frecuentemente hostigado por colonos violentos.
Como organizadores culturales, ambos sabemos que el arte, especialmente el cine, desempeña un papel crucial no solo en educar al público, sino también en promover cambios significativos. No Other Land representa una mirada crítica hacia una realidad compleja, capaz de mostrar la verdad desde perspectivas diversas. Para aquellos que se arriesgan al contar estas historias, la película se ha convertido en un símbolo del poder del arte frente a situaciones adversas.
La perspectiva de Adra es auténtica, íntima, urgente y desesperada. Su lucha por salvar su aldea de la destrucción no es teórica ni simbólica, sino física e inmediata. De hecho, poco después de regresar de la ceremonia de los Óscar en Los Ángeles, publicó en Instagram una historia sobre otro incidente en el que colonos atacaron violentamente una aldea palestina en Cisjordania.
Y el papel del Sr. Abraham no puede ser ignorado. Como declaró recientemente el líder del consejo de la aldea cercana llamada Susiya a la revista palestina-israelí +972: “Después de tantos años de lucha, enfrentamientos, arrestos, golpizas y demoliciones, sé —no creo, sé— que sin personas como Yuval y otros activistas judíos de Israel y de todo el mundo, la mitad de las tierras de Masafer Yatta ya habrían sido confiscadas y arrasadas”.
Él continuó diciendo: “Yuval y decenas de personas como él han vivido con nosotros, han comido con nosotros, dormido en nuestras casas y enfrentado a soldados y colonos a nuestro lado cada día. Invito a todos los críticos a apagar sus aires acondicionados, subirse a un automóvil y venir a vivir aquí con nosotros aunque sea solo por una semana. Luego quiero saber si van a seguir diciéndome que boicotee el documental”.
Las políticas del gobierno israelí buscan invisibilizar a los palestinos y etiquetar como traidores a sus aliados israelíes. El impacto de esa postura se siente mucho más allá de Oriente Medio. La semana después de la victoria en los Óscar, el alcalde de Miami Beach amenazó con desalojar a un cine independiente por proyectar la película.
Y aunque el objetivo declarado del movimiento de boicot, desinversión y sanciones es luchar por la liberación y autodeterminación del pueblo palestino, en este caso ha socavado una obra artística conjunta que critica directamente al gobierno israelí.
No Other Land no es simplemente una película; es una declaración, un desafío y un acto de resistencia. La pregunta ahora es: ¿podrán nuestras comunidades aprovechar este momento para construir algo positivo, en lugar de permitir que posturas como la del gobierno israelí o declaraciones del movimiento de boicot, desinversión y sanciones nos dividan? Si existe alguna esperanza para el futuro, está justamente en la capacidad de trabajar juntos, (co-resistencia como lo definen los productores del documental).
Sobre las autoras:
Rania Batrice es activista palestino-estadounidense y estratega en causas progresistas. Libby Lenkinski es activista israelí-estadounidense y fundadora de Albi, organización dedicada a la cultura como motor de cambio en las relaciones palestino-israelíes.
Traducción autorizada del artículo original en inglés por Rania Batrice y Libby Lenkinski publicada en The New York Times.