2 de abril. Hoy es el día que Trump tiene entre sus efemérides como el Liberation Day. A falta de conocer y entender todos los detalles, el plan del presidente podría imponer aranceles del 20% a todas las importaciones: un cambio radical con implicaciones económicas profundas.
Según el Yale Budget Lab, esta medida aumentaría la inflación en más de 2% y reduciría el poder adquisitivo de los hogares en hasta $4,200. Además, la tasa arancelaria efectiva de EEUU alcanzaría el 32.8%, su nivel más alto desde 1872.
En pocas palabras, significaría un encarecimiento masivo de bienes de consumo que afectaría directamente a los ciudadanos.
Política sobre pragmatismo. Más que una estrategia económica viable, la propuesta parece responder a una necesidad política de simplificación. Aplicar aranceles generales es más fácil que gestionar una lista de excepciones o diferenciar por países, evitando conflictos con sectores que buscan protección.
Sin embargo, la solución de Trump ignora las red flags de economistas y expertos, quienes señalan que el costo de vida aumentará para todos. En términos políticos, es una jugada arriesgada: puede reforzar su discurso proteccionista, pero también alimentar el descontento en sectores afectados.
El peligro de apostar a lo desconocido. Las promesas de Trump de que los aranceles traerán un “rebirth of the country” contrastan con la incertidumbre que generan en los mercados. La falta de detalles sobre su aplicación complica aún más el panorama, dejando a economistas y empresas en vilo.
Si la medida se concreta, la administración enfrentará la disyuntiva de aumentar los ingresos a costa de un impacto económico adverso. Y si la historia ha enseñado algo, es que jugar con los aranceles sin un plan claro puede terminar en una factura que nadie quiere pagar.