En lo que Trump ha denominado el “Liberation Day”, la Casa Blanca anunció una nueva ola de tarifas a productos importados que, en la práctica, impactan más a empresas estadounidenses que a los países señalados como objetivos.
Aunque el discurso oficial insiste en que “los países extranjeros pagan”, son las compañías de EEUU quienes desembolsan los costos directamente a Aduanas al momento de importar productos en cualquiera de los 328 puntos de entrada al país.
Así funciona en realidad el costo de las tarifas. El abogado aduanero Ted Murphy lo explica claro: las tarifas se calculan según el tipo de producto y su país de origen, y se pagan de inmediato al ingresar la mercancía. Esto altera las cadenas de suministro nacionales mucho antes de que cualquier economía extranjera sienta el golpe.
Las empresas, entonces, enfrentan un dilema: absorber el sobrecosto, subir precios al consumidor o buscar nuevos proveedores, con todo el riesgo e inestabilidad que eso implica.
Consecuencias en cadena, promesas en duda. Estas medidas tampoco ocurren en el vacío. Los países afectados suelen responder con tarifas de represalia, golpeando sectores sensibles como la agricultura estadounidense.
El resultado es un ciclo de costos compartidos: los consumidores pagan más, los productores exportan menos y los beneficios económicos prometidos rara vez llegan en la magnitud esperada. A pesar del nombre que eligió la Casa Blanca, el “Liberation Day” parece haber liberado más incertidumbre que prosperidad.