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IShowSpeed: la línea entre autenticidad y agenda ya no es visible

Lo que hace que Speed importe no es su fama, sino el modo en que conecta. No habla sobre el mundo; lo habita y lo transmite en tiempo real

IShowSpeed
Pero lo más interesante no fue lo que mostró, sino cómo lo mostró—y cómo fue recibido por millones que, a través de su pantalla, descubrieron una China muy distinta a la de los titulares. | Foto: Cortesía.

Con una cámara en mano, 38 millones de seguidores y cero filtro, IShowSpeed hizo más por la percepción global de China en una semana que muchas embajadas en una década. No lo hizo con intenciones diplomáticas, ni siguiendo un guion.

Lo hizo siendo él mismo: un joven estadounidense de 20 años, hiperactivo, impredecible y genuinamente curioso. Su serie de livestreams desde ciudades como Beijing, Chengdu y Shanghai se volvió un fenómeno.

Pero lo más interesante no fue lo que mostró, sino cómo lo mostró—y cómo fue recibido por millones que, a través de su pantalla, descubrieron una China muy distinta a la de los titulares.

¿Quién es Speed? Y por qué importa que sea él quien lo mostró. Darren Watkins Jr., alias IShowSpeed, no es periodista, ni activista, ni diplomático. Es un streamer. Un creador que opera en la lógica del presente absoluto: la emoción en vivo, el caos, la reacción instantánea. Y sin embargo, terminó siendo, sin querer, el rostro más efectivo del soft power chino en 2025.

Lo que hace que Speed importe no es su fama, sino el modo en que conecta. No habla sobre el mundo; lo habita y lo transmite en tiempo real. Cuando él se asombra con el tren bala, sus millones de fans se asombran con él. Cuando baila en una plaza con una señora en Chengdu, su audiencia lo vive como si estuviera ahí. El viaje fue suyo, sí. Pero también fue colectivo.

La era del mensaje sin mensajero. Durante décadas, la propaganda tuvo estructura: voceros, lemas, campañas. Hoy, los contenidos más persuasivos no se presentan como discursos, sino como entretenimiento. No llevan sello oficial, pero circulan con más velocidad, credibilidad e impacto que cualquier comunicado de prensa.

Lo de Speed no fue propaganda en el sentido clásico—pero sí fue una narrativa poderosa que alteró percepciones. Mostró una China moderna, amigable, tecnológicamente avanzada. ¿Fue espontáneo? Sí. ¿Fue aprovechado estratégicamente por el Estado chino? También. Y esa tensión es exactamente lo que define esta nueva etapa del juego geopolítico: la línea entre autenticidad y agenda ya no es visible, ni importa tanto para quien mira.

La diplomacia ya no se hace con embajadores, sino con algoritmos. Speed no se propuso representar a nadie, pero representó algo. Un momento, una mirada, una experiencia compartida por millones. Y eso—más que cualquier discurso de un secretario de Estado—es lo que construye hoy las imágenes nacionales. Los creadores de contenido ya no son solo narradores; son plataformas emocionales.

Son los vehículos a través de los cuales millones sienten, reaccionan, reinterpretan el mundo. El mensaje ya no está en el contenido, sino en la relación entre quien lo emite y quien lo acompaña.

Por eso lo de Speed en China no es solo una anécdota pop. Es un capítulo más en la historia de cómo se reconfigura el poder en la era digital. No con tanques. No con tratados. Con una cámara, una conexión 5G, y un tipo gritando frente a una montaña iluminada diciendo: “Yo nunca había visto algo así en mi vida”.

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