Durante su campaña, Trump prometió que pondría fin a la guerra entre Rusia y Ucrania “en 24 horas”, una afirmación repetida con tal seguridad que se convirtió en uno de sus lemas más difundidos. Pero ya en la Casa Blanca, ese plazo se ha estirado, desdibujado y, eventualmente, relativizado.
A tres meses de iniciado su segundo mandato, y con más de una docena de reuniones, llamadas y comunicados, Trump ahora dice que fue “un poco sarcástico” y que lo importante es avanzar “rápido”, sin comprometerse con ningún plazo concreto.
De mediador a obstáculo: tensiones con Zelenskyy y concesiones a Putin. En febrero, Trump recibió a Volodymyr Zelenskyy en la Oficina Oval, solo para terminar gritándole y cancelando un acuerdo de minerales en plena reunión, molesto por lo que describió como el “odio” del presidente ucraniano hacia Putin.
Días antes, Trump había hablado durante más de una hora con el presidente ruso, quien se negó a aceptar el alto el fuego propuesto, pero prometió no atacar más la infraestructura energética ucraniana –una concesión que Trump celebró públicamente como un paso hacia la paz–.
En una conversación posterior, Trump sugirió que EEUU podría “administrar” las plantas eléctricas ucranianas, en una movida que genera preguntas tanto económicas como soberanas.
La fatiga diplomática como estrategia. Ahora, con las negociaciones estancadas y el plazo simbólico de los “100 días” ya cumplido, el secretario de Estado Marco Rubio advierte que EEUU podría “dar por terminado” su rol como mediador si no hay avances pronto. La narrativa se ha desplazado: ya no se trata de una solución inmediata, sino de una posible retirada diplomática si no hay resultados en “cuestión de días.”
Para Trump, que alguna vez declaró que la guerra nunca habría empezado bajo su mando, el desafío no es solo lograr la paz, sino evitar que su promesa se convierta en su fracaso más visible. Y por ahora, el tiempo sigue corriendo.