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Canadá First. El primer ministro canadiense recién elegido ya le manda un mensaje a la Casa Blanca: la vieja relación con Estados Unidos "terminó"

La elección de Mark Carney como nuevo primer ministro de Canadá no solo marca el fin de la era Trudeau, sino también el comienzo de una etapa distinta en la relación con Estados Unidos

La elección de Mark Carney como nuevo primer ministro de Canadá no solo marca el fin de la era Trudeau, sino también el comienzo de una etapa distinta en la relación con Estados Unidos.

La histórica cercanía entre ambos países, basada en la confianza, el libre comercio y la diplomacia silenciosa, terminó. Carney lo dijo sin rodeos: “el viejo acuerdo está muerto”. Esta declaración no es un gesto retórico, sino la manifestación de un cambio profundo que atraviesa la política exterior canadiense. Y aunque la grieta empezó a abrirse hace años, fue la reelección de Donald Trump lo que terminó de ensancharla.

Los canadienses eligen a los liberales para protegerse

La campaña canadiense fue, en gran parte, un plebiscito sobre cómo tratar con Washington. Mientras los conservadores de Pierre Poilievre apostaron por una cercanía ideológica con el trumpismo, los liberales lograron canalizar un creciente rechazo social hacia la figura del presidente estadounidense.

El resultado fue contundente: una dura derrota para los conservadores, una remontada inesperada para el Partido Liberal y un reposicionamiento de Canadá como actor internacional más independiente.

La retórica de Trump rompió el equilibrio. Durante años, Canadá supo convivir con presidentes estadounidenses de todos los colores. Pero la segunda presidencia de Trump cambió las reglas del juego.

El republicano no solo impuso nuevos aranceles a productos clave como la madera y el acero canadiense, sino que incluso llegó a sugerir que Canadá se convirtiera en el “estado 51” de Estados Unidos, una frase que pudo haber sido provocadora o simbólica, pero que se interpretó en Canadá como un ataque a su soberanía.

La respuesta fue inmediata: protestas, llamados al boicot de productos estadounidenses, y una fuerte reacción política que reavivó el nacionalismo canadiense.

Canadá primero

Hasta enero de este año, el líder conservador Pierre Poilievre tenía la victoria asegurada. Según encuestas de Ipsos, le sacaba 25 puntos de ventaja al liberalismo. Pero todo cambió con el regreso de Trump a la Casa Blanca.

Poilievre, que había alineado su discurso con el estilo MAGA, no supo marcar distancia a tiempo. Su silencio ante los ataques económicos de Trump a Canadá fue leído como debilidad. Lo que parecía una estrategia para capitalizar el descontento con el gobierno anterior se convirtió en un lastre. No solo perdió la elección: también su asiento parlamentario tras dos décadas en Ottawa.

Carney propone una diplomacia más firme. El nuevo primer ministro, Mark Carney, llega con credenciales internacionales y una idea clara: Canadá debe dejar de actuar como “el vecino educado”.

En su primer discurso tras la victoria, Carney dijo que la era del libre comercio liderado por Estados Unidos había terminado y que Canadá debía “mirar hacia adentro y cuidarse entre sí”.

Su gobierno mantendrá los aranceles retaliatorios contra EE. UU. y, según fuentes cercanas, buscará alianzas comerciales alternativas con Europa y Asia. En términos prácticos, esto podría implicar menos dependencia de Washington, más protagonismo global para Canadá y un tono mucho más firme en la diplomacia bilateral.

Trudeau allanó el camino, Carney lo consolida

Justin Trudeau, quien durante el primer mandato de Trump fue apodado como “el anti-Trump”, se mantuvo cauto durante gran parte de su mandato. Defendió el comercio multilateral, resistió los aranceles y mantuvo la relación bilateral dentro de lo institucional. Pero tras anunciar su retiro como líder del partido, su tono cambió. Empezó a criticar abiertamente la política exterior de Estados Unidos, dejando el terreno preparado para que Carney adoptara una posición más dura.

El actual primer ministro representa una continuidad ideológica, pero también una evolución estratégica que busca colocar a Canadá como un contrapeso moderado al liderazgo estadounidense.

Se rompe una tradición de décadas. Canadá y Estados Unidos comparten la frontera más larga del mundo, una economía profundamente entrelazada y una historia de cooperación que ha sobrevivido a guerras, crisis y desacuerdos. Pero esa lógica de “hermandad automática” parece haber llegado a su fin.

La elección de Carney es vista como un “momento bisagra” que redefine la relación binacional. Las consecuencias aún están por verse, pero lo que es claro es que Canadá ya no está dispuesto a seguir en piloto automático. En esta nueva etapa, el país buscará equilibrar el pragmatismo económico con una identidad propia más firme ante su poderoso vecino del sur.

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