En su más reciente episodio de "Make America 1934 Again", Donald Trump quiere revivir Alcatraz. Dice que la prisión podría servir como símbolo de “ley y orden”, aunque expertos y estructuras coinciden: la isla no resiste ni un simulacro.
La prisión, cerrada en 1963 por ser tres veces más costosa que otras, es hoy un museo que recibe más de 1.4 millones de turistas al año. Restaurarla implicaría rehacerla desde cero, pero eso no ha detenido al presidente. A falta de viabilidad, apela a lo que sí tiene la isla: una imagen poderosa y un pasado que impone respeto, o al menos, curiosidad.
Un símbolo que no aguanta. No es la primera vez que se plantea usar Alcatraz de nuevo. Reagan lo barajó como refugio para los cubanos del Mariel, pero lo descartaron por falta de condiciones mínimas. Hoy no hay alcantarillado, ni seguridad, ni estructura que aguante. La prisión solo alojó a 340 internos en su mejor momento, y su costo sería descomunal. Además, el National Park Service ha invertido millones en estabilizarla como sitio histórico. Convertirla de nuevo en cárcel sería como querer meter reos en un decorado de parque temático.
Una visión sin futuro. La propuesta de Trump, aunque tentadora en términos de narrativa política, ignora la realidad práctica. Restaurar Alcatraz como prisión implicaría reconstruir casi por completo, y no solo en términos de infraestructura, sino también en cuanto a costos operativos y viabilidad. La isla, al ser un sitio de patrimonio histórico, tiene restricciones legales y técnicas que la hacen incompatible con la idea de reactivarla como centro penitenciario. Al final, más que una solución, la idea parece más una reverencia nostálgica, que una propuesta concreta.