Un video viral de Instagram muestra a una mujer vestida con elegancia ejecutiva, mirada firme y tono categórico. Declara que 4 millones de mujeres en Estados Unidos tienen cuenta en OnlyFans, y que 1.2 millones tienen entre 18 y 24 años, lo que —según su cálculo— equivaldría a que una de cada diez mujeres jóvenes del país está en la plataforma.
Luego afirma que 82 millones de hombres estadounidenses están suscritos a OnlyFans, de los cuales el 90% serían casados, y que el usuario promedio es un hombre blanco, heterosexual y en matrimonio, con el supuesto respaldo de que el 68% de los usuarios son blancos y el 87% son hombres.
Cierra con una frase que mezcla alarma moral y datos: “Si 10% de nuestras jóvenes están vendiendo su cuerpo y la mitad de nuestros hombres casados las consumen… ¿qué futuro le queda a nuestra sociedad?”
Los números impactan. La seguridad del discurso impresiona aún más. Pero ¿son ciertos?
Según el U.S. Census Bureau, en EE. UU. hay alrededor de 13 millones de mujeres entre 18 y 24 años. Si 1.2 millones de ellas están en OnlyFans, el porcentaje sería 9.2%, no 10%. Aun así, es un número llamativo… si fuera cierto. Pero no hay verificación oficial ni estudios serios que respalden esa cifra, ni mucho menos los 4 millones de mujeres en la plataforma, que parece inflada o basada en cuentas no activas, duplicadas o globales.
El dato más escandaloso —y falso— es el de los 82 millones de hombres estadounidenses suscritos. Con una población masculina total de 165 millones, eso implicaría que uno de cada dos hombres paga por contenido en OnlyFans, cuando la propia plataforma estima menos de 3 millones de usuarios activos que pagan mensualmente en todo el mundo.
Tampoco hay respaldo serio para afirmar que el 90% de esos usuarios son hombres casados. De hecho, los estudios disponibles muestran que el consumidor promedio de contenido sexual digital es soltero, joven y con baja interacción social.
¿Por qué entonces este tipo de videos son tan persuasivos?
Porque cumplen con los tres principios de la persuasión definidos por Aristóteles hace más de dos mil años: ethos (autoridad), pathos (emoción) y logos (lógica aparente).
- Ethos: La mujer proyecta confianza. Su presencia, tono y estilo la colocan como figura de autoridad, aunque no lo sea.
- Pathos: Apela al miedo, a la indignación moral, a la crisis social. El contenido se siente urgente, y eso genera viralidad.
- Logos: Usa datos y porcentajes sin fuentes. El formato parece técnico, aunque los datos no resistan el mínimo contraste.
Este no es un fenómeno aislado. Sucede con contenidos virales sobre salud, política, inmigración o género. La estética ha reemplazado al rigor. Ya no se trata de quién tiene razón, sino de quién parece tenerla. En redes, cualquiera puede convertirse en “experto” si domina la forma.
Frente a esto, la defensa no está en censurar, sino en pensar. La persuasión bien presentada puede ser útil, pero también peligrosa cuando enmascara desinformación. La verdad, si quiere sobrevivir en el siglo XXI, necesita vestirse mejor y hablar más fuerte. Porque en la economía digital de la atención, las cifras maquilladas ganan… si nadie las desenmascara.
Braulio Jatar.
Presidente de ILC Consultores, Socio de TC Abogados Chile. Comunicador, profesor y escritor en temas de desarrollo de inteligencias y derechos humanos.